Una hermandad sembrada en el lodo

Antes de que el Staples rugiese cada una de sus acciones, antes de que Rihanna le hiciese ojitos, antes de que LeBron le apadrinase. Antes ...

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Por David Sánchez

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Antes de que el Staples rugiese cada una de sus acciones, antes de que Rihanna le hiciese ojitos, antes de que LeBron le apadrinase. Antes de los memes, de Carushow y de bromas con la alopecia, Alex ya tenía un ferviente seguidor en la sombra.

Estos días a Caruso no le queda otra que mirar partidos de baloncesto desde el redil. Todavía maldice a Grayson Allen entre dientes. Pero aún no puede evitar cruzarse con un nuevo highlight de Gary Payton II y sentirse en paz. Orgullo. Sonrisa. ‘Me gusta’ en Twitter.

No siempre fueron en ese sentido las alegrías por ver que al otro le van bien las cosas en la NBA. Mientras Caruso daba pasos de gigante para convertirse en parte indispensable de los últimos Lakers campeones, el segundo de los Payton imitaba desde casa cada una de las celebraciones de su amigo señalándose la cinta que adorna su frente. La cual también porta en su sesera desde hace algo menos de un año.

Aunque los tiempos estén cambiando, la G League conserva ciertos estigmas con respecto al orgullo del jugador. Sobre todo para aquellos seleccionados en primera ronda del draft, choca y puede llegar a frustrar haber sido cabeza de ratón toda una vida para ser —ponedle todas las comillas que hagan falta— ninguneados por la NBA. Pero lo que para los afortunados en formar parte de una de las noches más especiales del calendario NBA puede ser visto como una mácula en el expediente, para los que ven pasar las sesenta elecciones sin escuchar su nombre es el único hilo que les une a la mejor liga del mundo.

Caruso y Payton II arribaron al mismo tiempo a la hermana pequeña de la NBA. Uno con 22 años y el otro con 24. Uno tras pasar por Texas A&M cuatro cursos y el otro llegado de Oregon State tras residir allí dos campañas. Caruso se enroló entonces en los Oklahoma City Blues y Payton hizo lo propio con los Rio Grande Valley Vipers, filial de los Houston Rockets.

Ambos jugarían la temporada completa en la liga de desarrollo, aunque solo el hijo de The Glove terminaría coqueteando con la gran plaza de la NBA ese mismo año. El 2 de abril de 2017, Payton firma un contrato two-way con los Milwaukee Bucks en una operación para alicatar el roster. Uno siempre espera que estampar la primera rúbrica sea la puerta a la estabilidad, pero no iba a ser así. Tras terminar la 2017-18 jugando seis partidos y sumando 12 más en la 18-19, los Bucks rescindirían su contrato devolviéndole a los vaivenes de la G League.

Allí recalaría en unos South Bay Lakers en los que encontraría a su práctica alma gemela. Evidentemente, cruzó su camino con el de Alex Caruso. El de Texas ya partía como uno de los dos jugadores que la NBA permite tener bajo contrato de doble vía a tiempo completo. Payton ocuparía ese segundo espacio hasta final de temporada tras llegar a Los Angeles Lakers un 15 de enero de 2018.

Aquella noche de partido frente a los Grizzlies, ambos compartirían algunos minutos en cancha durante la derrota de los angelinos en el FedEx Forum. No obstante, dónde realmente forjaron un fuerte vínculo, fue en los ratos que cruzaron entrenando y jugando con los South Bay Lakers. En aquel filial también figuraban a ratos Josh Hart y Thomas Bryant, a la postre protagonistas de carreras NBA establecidas.

Pero Caruso y Payton no tardaron en reconocerse como iguales. Jugadores crecidos en lugares en los que el deporte es religión y que habían desarrollado toda su trayectoria con el oficio de la competición por bandera. Que no daban un valor por perdido y que disfrutaban como pocos de imponer su ley en defensa. Gary es la muestra perfecta de que la herencia no asegura nada, y sin contar con el talento de su padre, siempre se amparó en su físico y brega para no desentonar.

Sus caminos se separarían ese mismo verano. Anthony Davis unía fuerzas con LeBron en los Lakers, encareciendo el formar parte de la plantilla. James atisbó que Caruso podía ser útil para la causa y Pelinka redobló su confianza firmándole un nuevo contrato parcial. Pero Payton II no corrió la misma suerte. Young Glove comenzaba entonces una travesía que le llevaría a jugar en 4 equipos de G League —Capital City Go-Go, Río Grande Valley Vipers, South Bay Lakers y Raptors 905— y 2 de NBA —Wizards y Warriors— en apenas tres cursos.

Un año de G League es algo así como un año de perro. Las cosas suceden a tanta velocidad entre partidos con el filial y el equipo matriz que el jugador tiene la sensación de haber vivido más. En dicha tesitura, Payton podría haber caído en la desidia de dar tumbos de un lado a otro, pero en el horizonte había una constante que mantenía sus esperanzas de recalar en la NBA de forma sostenida.

Alex Caruso se había calzado un anillo de campeón y ni mucho menos siendo un actor de reparto. Su carácter y fuego competitivo bien podrían ser la seña de identidad de unos Lakers que nacían de una defensa voraz y una activación de la transición que solucionaba todo lo que Davis y James no podían solventar en el estático. Y entre pitos y flautas, se convirtió en el ejemplo a seguir para Gary. La promesa de un futuro mejor.

La cultura que Steve Kerr y la dinastía Warriors han conformado en la última década se caracteriza por no desdeñar ningún tipo de talento que cae en sus manos. Siempre tienen la esperanza de que su baloncesto solidario termine de pulir e integrar a todos sus jugadores. Así ha sido con JaVale McGee, Andrew Wiggins y tantos otros. Y Gary Payton II no iba a ser menos.

Lo que en Milwaukee o Washington o Lakers podía ser un portento físico demasiado desmadrado para la élite, en la bahía de San Francisco se ha convertido en uno de los mayores beneficiarios del continuo flujo ofensivo de los Warriors. Los espacios y distracciones que generan Curry y sus compinches sin balón le tienden una pista de despegue inmejorable a los vuelos de Payton.

Golden State también encuentra en él un defensor que metería la mano en las hélices de un helicóptero para recuperar un balón. Como acicate de un sistema comandado por Draymond Green o atosigador a tiempo completo del mejor jugador exterior del rival, Payton es una mina de oro. No por nada el que espera que sea su último gran logro en la G League fue ser Defensor del Año con los Raptors 905.

A su vez, Caruso había firmado su primer gran contrato NBA con los Chicago Bulls y no pasa un día sin que los aficionados de los Lakers lamenten su marcha. Con su acostumbrado carisma, el Carushow se ganó al United Center desde el primer segundo y junto a Lonzo Ball conformó el carácter defensivo de un equipo que se esperaba que creciese desde el otro lado de la cancha.

El pasado 12 de noviembre, ambos llegaban al enfrentamiento entre Warriors y Bulls como grandes historias en dos de los equipos más cacareados del inicio de campaña. Cuándo llegaron las horas previas al partido y a Gary Payton le preguntaron por Caruso, se le iluminó la cara.

“Es mi chico. Desde que coincidimos con los South Bay Lakers, intentando ganarnos un puesto en ese equipo. […] Quedamos enlazados desde entonces, hemos mantenido el contacto y seguido trabajando. Me ha motivado mucho para seguir buscando mi sitio en esta liga. […] Me he fijado mucho en él” decía con desbordante humildad el hijo de un charlatán de buen corazón. A Caruso no debía caberle en el pecho tanto orgullo.

Aún así, Payton nunca ha bajado la guardia. Su larga travesía le ha educado a no dar nada por hecho, y el contrato que le vinculaba con los Warriors no quedaría garantizado hasta el 7 de enero. Aquella era la fecha en la que los contratos parcialmente garantizados pasaban a estar completamente asegurados hasta final de temporada. Kerr, con su acostumbrada bondad, adelantó unas horas la noticia. “Espero no meter en un lío a Bob [Myers] pero el chico se queda”.

A Gary aún le costaba creérselo. Esperar malas noticias ya era su comportamiento estándar. Pero esta vez podía pisar el freno. “No hay momento en el que me sienta seguro. Sigo sin saber si ahora mismo lo estoy. Pero Kerr ha dicho lo que ha dicho” decía entre la incredulidad y la alegría.

Prácticamente en la otra punta de Estados Unidos, había alguien que estaba casi tan feliz como Gary. De nuevo, como con cada uno de los vuelos sin motor de Payton, Caruso solo pudo reflejar sus sensaciones con un like y una publicación en Instagram, pero le embargaba en esos momentos un sentimiento inmenso de hermandad y viaje compartido. Coincidieron apenas media temporada en el mismo vestuario, pero bien valió para formar un vínculo que dure al menos el resto de sus carreras. Esta vez sí, lejos del fango.

(Fotografía de portada de South Bay Lakers)

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