1997: los singulares Suns de ‘la transición’

La década de los 90 supuso una época complicada para todo equipo que no contase con Michael Jordan entre sus filas. En las Finales de ...

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Por Jacobo León

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La década de los 90 supuso una época complicada para todo equipo que no contase con Michael Jordan entre sus filas. En las Finales de 1993, los Phoenix Suns degustaron el amargo sabor del catering del ‘vuelo número 23’ a pesar de haber incorporado a Charles Barkley aquel mismo verano. Una oportunidad de la que no disfrutarían hasta 2021, edición en la que se cruzarían con otra bestia llamada Giannis Antetokounmpo.

En todo caso, la muralla de los Chicago Bulls emergió entonces como una barrera infranqueable para cerrar su primer Three-Peat. La primera retirada de Jordan amenazó la proyección de la liga pero fue recibida con entusiasmo por el resto de hambrientos comensales que configuraban el franquiciado de la NBA. La lista de reserva era extensa y en Houston se movieron muy rápido para tomar el relevo. En efecto, los Rockets de Hakeem Olajuwon conquistaron los anillos de 1994 y 1995, eliminando, en ambas ediciones, a los Suns en Semifinales de Conferencia tras siete largos y duros partidos.

Así, en Arizona no volverían a pisar unas Finales de Conferencia hasta 2005, cuando Mike D’Antoni y su seven-second-or-less revolucionó por completo la NBA, rompiendo con la tosquedad previa y ofreciendo los primeros trazos reales de lo que supondría la NBA moderna que ahora disfrutamos.

No obstante, entre uno y otro proyecto tuvo lugar un proceso de transición en el que los Suns mostraron tímidamente pequeños matices premonitorios de lo que llegaría poco después. Que entonces no captara la atención de la liga se debió simplemente a tres razones. En primer lugar, por los pocos resultados visibles logrados. En segundo, porque esta transformación se produjo más por necesidad que por planificación previa, lejos del timing dominante de la época.

Y, por último, porque Michael Jordan había regresado para dar continuidad a su legado y el Salvaje Oeste estaba repleto de equipos muy potentes que todavía abrazaban el estilo rocoso y duro de aquellos tiempos: los Utah Jazz de John Stockton y Karl Malone, los Seattle Supersonics de Gary Payton y Shawn Kemp y los Houston Rockets de Hakeem Olajuwon y el recién llegado Charles Barkley, además de nuevos agitadores como Los Angeles Lakers de Shaq y Kobe o los Portland Trail Blazers más macarras.

Lo cierto es que aquella temporada 1996-97 fue ciertamente inusual y convulsa en el seno de la organización de Arizona. Tan solo tres años después de aquella aparición en las Finales, los Suns traspasaron a Barkley, uno de los mejores jugadores de la historia de la franquicia, a Houston dos meses antes de que arrancara el curso. A cambio, recibieron un paquete compuesto por Robert Horry, Sam Cassell, Mark Bryant y Chucky Brown.

Phoenix inició la temporada visitando a Los Angeles Lakers en The Forum, donde se plantó con un quinteto compuesto por Joe Kleine, Robert Horry, A.C. Green, Wesley Person y Sam Cassell. Desde el banquillo, equilibrio entre veteranía y juventud de la mano de Danny Manning, Wayman Tisdale, Michael Finley y un Steve Nash que debutaba en la competición tras ser seleccionado en la 15ª posición del draft de 1996.

No hace falta decir que las cosas no empezaron nada bien. Los Suns fueron fácilmente superados gracias al dominio interior de Shaquille O’Neal y la mayor cohesión de su plantilla. Para los de Cotton Fitzsimmons aquella fue la primera derrota de las trece consecutivas que hilvanaron, el sexto peor arranque de la historia de la NBA por aquel entonces. La plantilla tenía talento pero se hallaba huérfana de una estrella capaz de tirar del grupo. Por si fuera poco, Kevin Johnson se perdió las tres primeras semanas del curso mientras completaba su recuperación tras ser sometido por segunda vez a una operación para corregir una hernia discal.

Cuando sumaron su primer triunfo –el 27 de noviembre ante los New Jersey Nets–, Danny Ainge se había estrenado como head coach reemplazando a Fitzsimmons y los Suns presentaban el peor balance, el octavo peor ataque y la sexta peor defensa de la NBA. El jovial entrenador engrosó la cuenta de victorias pero no fue capaz de enderezar el rumbo del equipo: un récord de 21-36 al acabar el mes de febrero.

No obstante, los cambios para tratar de revertir la situación habían comenzado mucho antes. El 26 de diciembre y con un récord de 8-19, el general manager Bryan Colangelo envió a Michael Finley y Sam Cassell a Dallas a cambio de Jason Kidd. Apenas dos semanas después, el 10 de enero, la gerencia protagonizó otro golpe de efecto al traspasar a Robert Horry y Joe Kleine a los Lakers, recibiendo como contrapartida a Cedric Ceballos y Rumeal Robinson.

Sin embargo, una recaída de una lesión en el cuello privó a Kidd de casi dos meses de competición tras un breve debut a finales de diciembre. Cuando regresó el 14 de febrero, los Suns ocupaban la décima posición de la Conferencia Oeste. Veinte triunfos en los últimos 26 encuentros les permitirían abrazar la octava plaza y acceder a los playoffs, contra todo pronóstico.

No, el small-ball no es un concepto moderno

En una posterior entrevista para el Sun Sentinel en 2002, Ainge declaró que la desesperación por alcanzar los playoffs unió a aquel vestuario. Una postura en la que coincidiría Person. “Simplemente nos mantuvimos unidos. Cuando las cosas van mal, los jugadores parecen querer ir por su cuenta y hacer las cosas por sí mismos. Pero es precisamente cuando las cosas van mal, cuando tienes que dejar tu orgullo a un lado y estar dispuesto a sacrificarte para ayudar al equipo. Cuando íbamos 0-13 sabíamos que éramos mejor equipo que lo que decía ese récord. Sabíamos que en algún momento nos recuperaríamos. Y cuando comenzamos a ganar, recuperamos nuestra confianza y mejoramos cada vez más. Fácilmente podríamos habernos rendido, pero mostramos mucho orgullo, mucha pasión y mucho corazón.”

Más allá de discursos y esfuerzos epopéyicos, los Suns revisaron por completo su estilo de juego y apostaron por quintetos pequeños en los que habitualmente coincidían tres guards. De hecho, de la extensa nómina de talentosos exteriores con los que contaba el equipo (Johnson, Kidd, Nash, Person y Chapman) tan solo Person superaba los 193 centímetros de estatura. Sí, los de Ainge abandonaron por completo el rebote –peor registro porcentual del curso– y la defensa interior, pero a cambio ganaron en velocidad, creatividad, improvisación e impacto ofensivo. Y más importante aún: divertían y se divertían.

“Establecimos estándares bastante altos”, afirmó Ainge. “Simplemente comenzó a crecer como una bola de nieve. En la segunda mitad de aquella temporada nos divertíamos jugando.”

Así, los Suns saborearon una nueva identidad colectiva y fijaron una necesaria rotación después de probar hasta a 23 jugadores distintos a lo largo de la temporada. Y lo que más les gustaba era correr y encontrar al compañero: se situaron con el tercer PACE más alto de la liga y tan solo los Utah Jazz recopilaron un mejor registro en porcentaje de asistencias y ratio entre asistencias y pérdidas. Y si bien es cierto que en defensa siguieron siendo un coladero, su nueva dimensión ofensiva les permitió establecerse como el tercer mejor ataque desde que Kidd tomó las riendas desde el quinteto inicial. ¿Por delante? Sí, tan solo los propios Jazz y los Bulls de Michael Jordan, quienes, posteriormente, competirían por el anillo. Por supuesto, también marcaron el camino a seguir con su apuesta, bien rentabilizada, por el triple: 8,5 aciertos por partido con un 40,3% de acierto, tercera y segunda mejor marca, respectivamente.

Aquellos Suns exhibieron muchas fisuras pero, a cambio, devolvieron una forma distinta de ver el baloncesto. En unos años en los que imperaban las posesiones lentas, las batallas defensivas y la lucha de colosos en la pintura, en Arizona reclamaron una disyuntiva construida sobre la velocidad, la creatividad y el talento puro. Su relato deportivo emergió como un prólogo de la alegría y el descaro que los propios Suns imprimirían unos años después, con las ideas más maduras y la liga más dispuesta a aceptarlas.

Así, que aquellos Suns de la temporada 1996-97 cayeran eliminados en primera ronda de playoffs a mano de los Supersonics —por un ajustado 3-2— no resultó una decepción sino una revelación y un mero aviso de lo que el siglo XXI le tenía preparado a la NBA. «Ese ejemplo, así como otros previos, demuestran que uno nunca sabe lo que va a pasar», lo definió perfectamente Pat Riley, que de esto sabe un poco y mucho más que todos nosotros.

(Fotografía de portada de Stephen Dunn / Getty Images)

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