Ciudadano Bol (II): Cuentas saldadas

Este texto es la segunda parte de un artículo cuyo inicio puedes leer en este enlace. *** La facilidad de Manute Bol para tejer vínculos ...

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Por David Sánchez

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Este texto es la segunda parte de un artículo cuyo inicio puedes leer en este enlace.

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La facilidad de Manute Bol para tejer vínculos de vestuario y ganarse el cariño de todo aquel que pasaba unos minutos con él no le salvaron de la soledad que confesaba sentir. En realidad, la distancia con su hogar, del que sólo le llegaban malas noticias derivadas de la guerra civil abierta entre el norte y el sur del país, le convirtieron en una persona tendente a la depresión. Especialmente en sus primeros años. En parte, se sentía en deuda con todo lo que había dejado atrás. Desde su más temprana preadolescencia, Manute había sentido la presión que había heredado del linaje Bol. 

Al ser una cultura basada en la poligamia y en la que un hombre podía contar con decenas de descendientes directos, la herencia no se daba por sentado. De hecho, su padre Madut no era el primogénito y, aunque su estatus estaba por encima de la media en una tribu que rondaba los dos millones de miembros, no gozaba del reconocimiento que Bol Chol, abuelo de Manute, sí había tenido. Mas a Manute siempre le pesó la reverencia que el pueblo dinka y las poblaciones amigas profesaban a su abuelo. No es que se arrepintiese de tomar las decisiones que tomó para ponerse en la envidiable posición en la que le había colocado su vida lejos del nido. Pero ahora que su situación se lo permitía, quería ayudar en todo lo que fuese posible. 

Aunque no hubiese podido cumplir con lo que se espera de un varón en su cultura, al menos sí cubriría de sobra la faceta de proveedor. Con los años, gran parte de la fortuna que amasó fue dirigida a sostener a su familia en Sudán. Manute aún no estaba casado, pero tenía una buena ristra de hermanos y hermanas de los que ocuparse desde la distancia. Tras cumplir la treintena, su carrera sufrió un abrupto descenso, precipitada por la artrosis que le comenzaba a afectar notablemente. La vida NBA se le acabó en Milwaukee, pero Bol todavía intentó alargar su carrera. No está claro si en Italia, Uganda, Catar o todas ellas, en parte con la idea de estar más cerca de su casa.

La tercera vida de Manute Bol

A esas alturas sus contribuciones económicas ya se dirigían a apoyar el movimiento rebelde de Sudán del Sur, del que la tribu dinka era parte. Manute había dedicado decenas de intervenciones públicas en zonas mixtas y ruedas de prensa a concienciar a la sociedad estadounidense del cruento e interminable conflicto que se vivía en su país de origen. El cual arrebató la vida a más de dos millones de ciudadanos sudaneses entre 1983 y 2005. Pero en 1996, ya sin el baloncesto como sustento, Bol sintió la necesidad de volver con los suyos. Su destino serían los campos de refugiados católicos que había estado visitando durante sus últimos veranos, donde comenzaría a formar parte de Ejército de Liberación Sudanés (SPLA) en el que algunos de los miembros de su extensa familia ejercían como líderes. 

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Se calcula que Bol aportó cerca de 3,5 millones de dólares a la causa. Aunque la billetera no le ahorró las constantes reuniones con representantes del gobierno del norte. Como suele suceder, la guerra seguía regando sangre mientras el futuro de aquellas gentes se discutía en despachos en los que reinaban intereses muy distintos. Uno de estos acercamientos llevó al gobierno a ofrecerle a Bol un puesto como ministro de deportes con el requisito de convertirse al Islam. El poder estatal pretendía tener a Manute como símbolo de una primera comunión entre las partes, pero el dinka renunció en favor de su fe cristiana, admitiendo sentirse utilizado por ambos bandos. 

Hartazgo político y huída a trompicones

En 1998, cuando Bol consideraba que sus esfuerzos caían por defecto en saco roto, se cruzó en su camino una joven que terminaría siendo su segunda esposa. Ajok Geng Wol Kua, hija de un líder de la SPLA, contaba con apenas 17 años cuando Manute ya cumplía 35. Esto no fue impedimento para cerrar su casamiento 150 cabezas de ganado mediante. De este nacería un año después Bol Manute Bol.  

El exjugador ya pasaba la mayoría de sus días en su casa de Jartum, la capital sudanesa donde Bol llevaba a cabo gran parte de su actividad política. Las revueltas locales alcanzaban en 1998 uno de sus puntos más álgidos cuando la zona en la que vivía Manute fue atacada por un bombardeo nocturno que él presenció atemorizado desde el ático de su edificio. El ataque era una venganza del gobierno de Clinton por las ofensivas que habían sufrido las bases estadounidenses localizadas en Tanzania y Kenia, de las cuales se culpaba al régimen terrorista comandado por Osama Bin Laden. 

En ese preciso instante Manute y Ajok comprendieron que no habría paz para ellos en aquella tierra, iniciando una huída que se dilató casi tres años. Perseguido por el gobierno de Sudán por acusaciones de espionaje, vio truncado su primer intento de escapada en 1999, época por la cual sus bolsillos ya se habían vaciado casi al completo. Él, Ajok, el jovencísimo Bol y una hermana pequeña de Manute conseguirían por fin huir en 2001 gracias a los amigos que conservaba en Connecticut y previo paso por el Cairo. Allí las autoridades egipcias y miembros del consulado estadounidense le explicaron la necesidad de declararse como refugiado político para posibilitar su anhelado regreso a los Estados Unidos. El 11-S hizo estragos en sus planes, que se acabaron materializando en marzo de 2002 cuando lograron poner pie en tierras norteamericanas. 

Cualquier tiempo pasado

Su segunda etapa en el país de las oportunidades no se parecía en nada a la primera. Ya no había rastro de las largas noches invitando a tragos a compañeros también millonarios, ni de las escapadas a Atlantic City para beber las adrenalinas del azar, sus inversiones inmuebles ya no podían reportarle beneficio alguno. Ahora residía en Hartford, localidad al oeste de Connecticut, en un piso en el que apenas sobrevivían unos cuantos muebles. Antes de su regreso Manute pensaba reclamar la pensión vitalicia que la NBA asigna a los jugadores retirados. Pero no podría gozar de los 24.000 dólares anuales que ésta otorgaba hasta 2007. 

Bol tenía medios para sobrevivir en el día a día, pero no para colmar sus ambiciones solidarias. A menudo acudía a programas televisivos de dudosa integridad para ganar un salario extra. Manute cumplía casi todos los clichés de la estrella mediática caída en desgracia, aunque los reveses que le había dado la vida fuesen por derroteros muy lejanos a la sordidez de Hollywood y los caladeros típicos del star system americano. 

El punto álgido de su crepúsculo mediático fue el combate de boxeo que le ofreció la cadena FOX para su programa Celebrity Boxing. Manute se subiría al ring ante la atenta mirada de la televisión nacional para enfrentarse a Refrigerator Perry, exjugador de la NFL, y embolsarse 35.000 dólares que inmediatamente donaría a una organización benéfica en Hartford cuyos ingresos se destinaban a los campos de refugiados sudaneses. “No lo hago por dinero, lo hago para salvar a la gente. Siempre puedes ganar más dinero, pero no recuperar a los que ya se han ido”, dijo en 2006. 

Frutos de un legado

Por aquel entonces la artrosis ya le afectaba de forma muy evidente, encontrando enormes dificultades para levantarse, sentarse o incluso caminar sin ayuda de un bastón o andador. Lo cual no le impidió seguir con sus ayudas a la región sur de Sudán, donde había iniciado un proyecto para la construcción de 41 escuelas públicas. Este sería su principal impulso hasta que un fallo renal le arrebató la vida en 2010, afectado de una rara enfermedad cutánea que los médicos creían que Manute había podido contraer durante sus últimas visitas a Sudán aquel mismo año. 

Con Bol se fue un símbolo, la cara más reconocible de un conflicto bélico que duró más de tres décadas y que hubiese permanecido en la sombra de no ser por su labor como portavoz. Sudán del Sur lograría su independencia el 9 de julio de 2011, rubricando uno de los grandes sueños de Manute. Su legado vital permanece en el recuerdo de la infinidad de vidas que tocó directa e indirectamente. Siempre le preocupó renegar de sus raíces en busca de una vida mejor, pero aunque no fuese abrazado a las costumbres dinkas, Bol se convirtió en un más que digno heredero de su tribu. 

Su legado deportivo, como ya sabéis, se encarga de mantenerlo vivo su hijo. Cuando aún era un niño, Bol Bol dijo apoyado en las rodillas de su padre que quería jugar en la NBA y taponar tiros y meter triples como él lo hacía. Este año va en proyección de anotar más tiros de tres de los que Manute encestó en toda su carrera (43). El niño quería imitar al mito, no al jugador, y así construyó un repertorio técnico que por fin empieza a ser posible replicar con regularidad en los estadios más bulliciosos del planeta. Aunque el joven Bol no se conforma con mantener la memoria de su padre en las canchas. “Cuando pueda volver a Sudán, volveré. Quiero acabar todo lo que él empezó. […] Mi padre se preocupaba más por otras personas que por él mismo, y es algo que llevo conmigo”, contaba a Andscape en 2018. 

Afortunadamente el de los Magic contó desde su tierna infancia con un camino que andar. Aquel que su padre se vio obligado a escudriñar con una sonrisa indeleble hacia el nuevo mundo.

(Fotografía de portada de Getty Images)

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