Aunque la disponibilidad de las superestrellas de la liga en las ventanas de traspaso esté al alza en los últimos tiempos, no todos los días se presenta la oportunidad de reclutar a un talento como Donovan Mitchell. El ex de los Jazz es uno de esos jugadores que obliga a actuar y después preguntar, sobre todo para equipos que están a las puertas de asentarse en los puestos de factor cancha en su respectiva conferencia.
Por eso, lo primero que acudió a la mente cuando Cleveland Cavaliers ejecutó el movimiento para adquirir a Mitchell es el inmediato salto de nivel que experimenta el proyecto de Kobe Altman, J.B. Bickerstaff y compañía. Después, como es costumbre cuando el encaje no es instantáneo, surgen las preguntas. En este caso muy claras:
- ¿Quién es el jugador que parte con el balón en las manos y, en resumen, el líder del perímetro?
- ¿Cómo actúa la otra parte de la pareja para mantenerse involucrada en los partidos?
- ¿Cómo se conjuga una línea exterior dominante con balón y mediocre o débil en defensa con uno de los interiores de mayor potencial atrás con limitaciones ofensivas?
Los tiempos cambian, las incógnitas no
Seis meses después de que todo esto se pusiese sobre la mesa, son estas mismas cuestiones las que, en mayor o menor grado, les ha costado a los Cavs una decepcionante eliminación en tan solo cinco partidos de primera ronda. El asunto de la pertenencia del balón sufrió un contratiempo a minutos de iniciarse la temporada. En un lance mediado el segundo cuarto, el dedo de Gary Trent Jr. acabó en el ojo de Darius Garland causándole un problema ocular que le alejó de las canchas un par de semanas.
Tiempo en el que Donovan Mitchell tuvo que dar un obligado paso adelante que liquidó cualquier duda con respecto a las jerarquías que confluían en el vestuario y en la pista. El regreso del base fue irregular, combinando grandes noches que recordaron su mejor versión del curso pasado con partidos a la sombra de Mitchell que comenzaron a asentar la sensación de que no era posible ver una versión suprema de ambos al mismo tiempo.
Esto es especialmente extraño porque Garland ya había demostrado sentirse cómodo partiendo sin balón durante la primera mitad de la 21-22, sobre todo compartiendo pista con Ricky Rubio. Haciendo una comparación rápida, este año Garland ha anotado 1,5 puntos por partido saliendo de bloqueos, acción que sólo ha ejecutado en 1,2 ocasiones por noche. El año pasado, dos puntos por dos intentos que seguramente se verían favorecidos de poder tomar una muestra del primer tercio de campaña.
El caso es que no hace falta bucear en la liga regular para notar qué cadena de mando acerca más a los Cavaliers a un hipotético techo ofensivo. Basta con mirar a la serie ante los Knicks para dar buena cuenta de que el equipo respira mejor con Garland a los mandos y Mitchell como generador secundario. Lo cual no implica que el escolta no pueda coger el toro por los cuernos en determinada ocasión, pero atendiendo al segundo partido de la serie, queda claro que, por defecto, el balón debe partir de las manos del base.
Desde el inicio, Garland comenzó a manipular la defensa de los Knicks desde el pick-and-roll y el aclarado. Alimentando el interior en consecuencia y, aquí lo más importante, atrayendo marcas para que Donovan Mitchell ejecutase ya con la ventaja generada. Registrando 12 asistencias que son récord de carrera en playoffs.
Y es que no es otra la naturaleza de cada uno, que en la mente de Garland siempre está el tomar la mejor decisión de cara a alimentar el juego colectivo y que, siendo un buen distribuidor, en la cabeza de Mitchell la anotación es casi siempre la prioridad. Es suficiente con ver cómo el uno se frena en la media distancia para otear el horizonte y castigar desde el tiro, el pase o la arrancada; y que el otro suelte el balón o emprenda hacia el aro tan pronto acude una segunda ayuda.
De fuera a dentro
Todo ello incidiendo en los problemas que atañen a la otra pareja del cuarteto. En principio, la relación entre Mobley y Allen debería de ser más sencilla de lo que es. Jarret un ejecutor puro y Evan un jugador capaz de crear pequeñas dosis de juego para él mismo y los que le rodean. Capaces ambos de tomar puntualmente el rol del otro. Pero es justo esta versatilidad, tanto en ataque como en defensa, la que provoca que pisen tareas en cancha y las cosas estén lejos de la fluidez esperada.
El curso pasado su encaje en ataque era más sencillo porque, sin los más de 20 tiros que promedia Mitchell por noche, daba la sensación de haber balón de sobra para todos. Y dejar espacio para diez posesiones seguidas de missmatch o pick-and-roll con Allen y otras cinco en las que fuese Mobley quien atacase desde el poste medio. Pero, sobre todo a Mobley, le ha costado mantenerse mentalmente en los partidos cuando el transcurrir del ataque le ignora. Y Mitchell no es un manejador dado a facilitar balones al interior.
Lo que resulta de todo esto es que, en ambas parejas, está muy claro quién es el individuo dominante y probablemente sea el equivocado para alcanzar el pico competitivo del equipo. Y aquí, por raro que suene, hay que aludir al tema de la edad y la experiencia. Que Mitchell y Allen impongan su liderazgo frente a Garland y Mobley respectivamente no es un tema de egos ni narcisismos. Ni siquiera cosa de Bickerstaff. Simplemente es consecuencia de los puntos en los que se encuentran sus carreras con respecto a sus compañeros.
Falta callo
Como es totalmente lógico a sus 21 y 23 años, Mobley y Garland aún no saben bien quienes son como jugadores. Uno llegó a la liga el curso pasado y, siendo ya uno de los mejores defensores de la misma, nunca dejó claro por dónde podría ir su evolución ofensiva más allá de dibujar el cielo como único límite. El base estrenó su estatus All-Star el curso pasado saltándose varios escalones del proceso por el camino.
Por ello, aunque no sea lo ideal y el talento deba tender siempre a adaptarse a cualquier situación, es lógico que en estos momentos terminen delegando ante figuras de (todavía) mayor poso en la liga a pesar de contar apenas 25 años. Si de hecho, en ese segundo partido, hay un instante en el que Garland mira al banquillo buscando la aprobación de Bickerstaff por haber cogido el partido por las solapas y el técnico, incrédulo, le insta a seguir. Algo que se repitió en el cuarto encuentro cuando el base comenzó a dominar el partido en el tercer cuarto y, tan pronto lo tenía entre sus manos, dejó de ensañarse con Brunson sin explicación. La condescendencia que muestra Garland con la situación, empuja a que un líder natural como siempre ha sido Donovan Mitchell asuma esa responsabilidad, y cuanto más absorbe el uno, más se empequeñece el otro.
Obviamente, los Cavs tienen más problemas que sus fallas de liderazgo y experiencia competitiva. Mitchell Robinson se ha bastado para dominar la pintura y los tableros (227 a 186) ante Allen y Mobley que, a pesar de ser dos de los mejores interiores de la liga, nunca han logrado ser dominantes en el rebote. El pívot de los Knicks ha castigado cada jugada en la que los cambios defensivos le han dejado con un exterior para rebañar segundas oportunidades una y otra vez. Lo cual está en el debe de las particulares torres gemelas de Cleveland.
Los otros asuntos que tienen que atajar son la profundidad de banquillo y un ala de verdad fiable en ambos lados de la cancha, otra de las grandes incógnitas durante todo el curso y por donde han pasado Okoro, LeVert, Wade y Stevens. Los diques de este equipo son tan evidentes y las soluciones tan aparentemente asequibles, que lo lógico resulta afrontar lo que viene con paciencia. Pero salir de los playoffs como lo han hecho ellos podría arrojar tribulaciones sobre un futuro que en su caso debería ser brillante.
(Fotografía de portada de Kirk Irwin/Getty Images)