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Desde la óptica NBA y teniendo como obvio epicentro al Team USA, los campeonatos FIBA posteriores a Atenas 2004 se dividen en dos con respecto ...

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Por David Sánchez

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Desde la óptica NBA y teniendo como obvio epicentro al Team USA, los campeonatos FIBA posteriores a Atenas 2004 se dividen en dos con respecto a su impacto inmediato a la mejor liga del mundo. Si los Juegos Olímpicos suponen un bastión de estatus, en el que los mejores jugadores del mundo acuden a reforzar esa supremacía, los campeonatos continentales y los mundiales son un campo de experimentación para jugadores que en la selección encuentran un contexto inmejorable para asentar el punto de inflexión de sus carreras. 

Acudiendo al torneo más reciente, el Eurobasket de 2022 supuso un trampolín para varios jugadores. Especialmente para Franz Wagner y Lauri Markannen. El alemán, que venía de una temporada ilusionante como novato en los Magic, demostró ser un jugador más que capacitado para asumir galones con balón. Un desarrollo en el playmaking que solidificó durante su campaña sophomore y que hoy le aúpan como la segunda espada de un proyecto tan interesante como el de Orlando. En la superficie, el crecimiento de sus cifras siguió una progresión natural, pero escarbando se puede atisbar un cambio más profundo de lo que parece.

El porcentaje de sus jugadas que acabaron en asistencia experimentó una crecida del 1,5% (de 15,7 a 17,2) y ejecutó más tiros tras bote (22%) que en recepción (20%) cuando en su primera campaña aún lanzaba más a pies parados. Wagner ha sido el jugador que más posesiones ha ejecutado desde el pick-and-roll en los Magic, siendo solo superado en frecuencia de estas por los dos bases nominales del equipo: Cole Anthony y Markelle Fultz.

El alero alemán está lejos de ser un creador primario (percentil 58 en acciones de bloqueo y continuación) y disfruta más generando en acciones de flujo ofensivo que le lleven a tomar decisiones con la jugada ya en vuelo. Sin embargo, lo demostrado con su selección nacional el pasado verano y el contexto de los Magic han empujado a Jamahl Mosley a poner el balón en las manos del alero con mayor frecuencia, dando lugar a un jugador a todos ojos más completo.

Al calor del hogar nórdico

Bastante distinto es el caso del finlandés. A punto de comenzar su séptimo curso en la NBA, la carrera de Markannen cuenta con varios picos y valles hasta llegar a la que ha sido su temporada de irrupción, parece, definitiva. Sin embargo, su europeo no representó tanto una hoja de ruta como fue el caso de Wagner, sino una inyección de confianza crucial para la nueva etapa que se abría ante él. Aunque su año en Cleveland fue positivo, Markannen sufrió en los Cavs, en mayor o menor medida, de un mal que le ha perseguido durante buena parte de su periplo NBA: la infrautilización. Finlandia siempre sirvió el propósito de ser una vía de escape en la que tomar las riendas del juego para Lauri, y el Eurobasket 2022 resultó un impás perfecto para asimilar el cambio a Salt Lake City. 

Pero, lejos de mostrarse continuista con esa versión, Will Hardy redujo el volumen de juego que pasa por las manos de Markkanen al mínimo para convertirle en uno de los anotadores más eficientes de la NBA. El finlandés simplificó su juego al mínimo exponente, lanzando la práctica totalidad de sus tiros de campo desde la línea de tres o ya debajo del aro. 

Procurando ponerle siempre de cara al aro y limpiándole situaciones a través del bloqueo indirecto y el constante movimiento de balón y jugadores de los Jazz, Lauri a menudo recibía con la ventaja ya generada tras rizo, puerta atrás o corte. Es ahí donde su redescubierta pericia para recolocar su colosal cuerpo y envergadura sobre la marcha le convirtieron en un arma letal cerca del aro. Ciertamente, su siguiente paso estará en desarrollar justo eso de lo que le ha alejado Hardy y sentirse más cómodo con mayores dosis de balón. Algo que quizás pueda volver a perfilar este Mundial.

El trampolín estadounidense

No es ninguna novedad que Estados Unidos desdeñe la copa del mundo en favor de los juegos olímpicos. Algo que, por cierto, podría virar en los próximos años. A este Mundial vuelven a ir sin un solo All-NBA, aunque su talento sigue siendo escandaloso en comparación al resto y, sobre todo, parece que el enfoque de Steve Kerr y los jugadores importantes seleccionados buscan garantías tras el despropósito de 2019. 

Por mucho que el que acuda al equipo B o C o W, es interesante observar cómo algunos Mundiales más o menos recientes sirvieron como punto de inflexión, más o menos auspiciados por el torneo en sí, para algunos de los mejores jugadores de la pasada década. En 2010 Kevin Durant ya era una estrella de la liga. De hecho, la 2009-10 fue la temporada de irrupción del alero (que promedió 30 puntos con porcentajes del 47% en tiros de campo y 36% en el triple) y de los recién nacidos Thunder. 

Fue su escudero, Derrick Rose, quien de verdad dio un salto en lo que a liderar desde la gestión del balón se refiere. El base de Chicago estuvo lejos del papel de estrella que ocupó KD, pero la responsabilidad de hacer funcionar a una siempre complicada Estados Unidos en el contexto FIBA sirvió de impulso para disparar su uso del 27 al 32% de las acciones y sus asistencias de 6 a 7,7 y levantar el premio MVP que sigue siendo el más precoz en la historia de la liga en el curso posterior. 

https://www.youtube.com/watch?v=hx5fC6vtzZI&ab_channel=TransitionTakes
Imágenes en su mayoría del preparatorio previo al Mundial

En el caso del Team USA, estos saltos cualitativos también tienen que ver con la competencia interna. Entrenar un día tras otro junto a las jóvenes estrellas de la NBA que suelen componer la convocatoria estadounidense es un impulso de confianza para el jugador que siente que mantiene o incluso eleva el nivel ante algunos de los mejores jugadores del mundo. 

No es casualidad que justo después de 2014 se sucediesen los puntos de inflexión de las carreras de Stephen Curry (MVP en 2015), James Harden (noveno en la votación) y Anthony Davis (mejor quinteto de la temporada). Especialmente interesante es el caso de Curry, que se fue acostumbrando ese verano en España a aquello de que el balón no tuviese por qué partir siempre de sus manos antes de toparse con Steve Kerr a la vuelta a Oakland.

Las bases de este Team USA

Esto lleva, indudablemente a plantear qué jugadores del roster que Estados Unidos presenta a este Mundial 2023 podrían seguir un camino semejante. Y, mientras todos los focos apuntan a Anthony Edwards de forma obvia, hay unos cuantos casos interesantes más allá del de los Timberwolves. El escolta ya ha demostrado tener todos los ingredientes para ser una de las grandes estrellas ofensivas de la liga y, en momentos puntuales, un jugador capaz de convertirse en uno de los mejores two-ways de la competición. 

Edwards ha multiplicado su impacto en el juego en los momentos más demandantes de las últimas dos temporadas y, aunque la inconsistencia siga ahí (cumplió 22 años hace menos de un mes) su año pide a gritos que Minnesota invierta en él de forma definitiva. Sucede que en los Wolves el contexto ofensivo no es demasiado halagüeño y vive encorsetado por el perfil de sus interiores y la poca química vista cuando KAT y Gobert comparten cancha. Por ello, el Mundial podría terminar siendo ese soplo de aire fresco que empuje de manera definitiva a Ant para derribar la puerta. Aunque quizás los planes de Kerr, de inicio, no pasen por ahí. 

El técnico de los Warriors ha querido llevar el baloncesto de Golden State al Team USA. Sobre todo en esa ‘motion offense’ que tan irreplicable resulta en NBA. En los sistemas de Kerr, el inteligente prevalece y da la casualidad que los tres exteriores que se alternan el puesto de base-escolta tienen el IQ como su marca de agua. Brunson no va a dar más pasos adelante que los que ha dado en estos playoffs, dejando claro quién es la estrella de NY (aun con Randle tocado) y la injusticia de no aparecer en el All-Star ni en ninguno de los quintetos All-NBA. 

Halliburton y Reaves, sin embargo, si pueden asentar el estatus granjeado en la pasada campaña. Así como Ingram aprovechar el impulso para afrontar la 23-24 ya en vuelo para alguien como él, que suele ser bastante diésel en sus regresos a la competición de alto nivel. Por último, Jaren Jackson debería ser uno de los interiores más dominantes del campeonato. 

Llegando como Defensor del Año, su impacto en un sistema defensivo tan dinámico como suele ser el estadounidense, el cual precisamente suele adolecer de interiores de este calado, pinta a convertirse en uno de los factores más determinantes del torneo. Pero es que su evolución ofensiva en el último tramo de temporada da para ilusionarse también mucho con él ahí, a pesar de que cuesta imaginar sus acometidas al aro en los espacios reducidos FIBA.

Un torneo de ausencias colosales

De todos los jugadores que Estados Unidos se deja por el camino en cualquier convocatoria, hay una ausencia en el actual combinado que ha sido más polémica de lo que suele ser norma. Hace unas semanas, trascendió que Trae Young se había puesto a disposición de Kerr y su staff de cara al Mundial, pero que Grant Hill (coordinador del Team USA) y el técnico habían preferido prescindir de él. Algo que es fácil de explicar por un tema de egos y adecuación a la libreta. Sin embargo, es esto último algo que hubiese resultado tremendamente excitante en su caso. 

Young ha terminado la temporada con mucho mejor sabor de boca de lo que se auguraba gracias a sus actuaciones ante Boston. El entorno de los Hawks, muy crítico con su estrella durante todo el año, incluso se reconcilió con él. Pero los problemas con su implicación en el juego cuando el balón no está en sus manos siguen siendo la tarea pendiente del jugador y su nuevo técnico Quin Snyder. Desde el inicio de su carrera, a Trae se le ha comparado forzosamente con Stephen Curry cuando, por comodidad sin poseer la bola, quizás no haya perfil más alejado. Es justo ahí donde podría haber entrado Kerr y su enfoque ofensivo para comenzar a hacer clic en la cabeza del ex de la universidad de Oklahoma. Algo así como un ‘Olympic Melo’. 

Lo de Young abre otro capítulo de grandes ausencias que pintaban a un punto de inflexión claro. La mayor de ellas la de Alperen Segün, que no estará porque Turquía no logró clasificarse para el Mundial. Lo que ha mostrado el pívot en sus apariciones con la selección otomana daría para plantearse si Ime Udoka podría pensar en él como ‘base’ de los nuevos Rockets y quitar el balón de las manos de dudosos decisores como Porter jr. o Green o Dillon Brooks en vez de haber roto la banca con la llegada de Fred VanVleet. 

Duele también la de Bol Bol con Sudán del Sur simplemente por lo divertido que hubiese sido verle con plenas licencias después del mejor año de su carrera (a pesar de que los Magic lo cortasen) y la necesidad de ‘convencer’ a los Suns. También Mo Bamba con Costa de Marfil podría haber asentado los cimientos de su primera temporada vistiendo de púrpura y oro desde la opening night tras los problemas físicos que han marcado su estancia en Los Angeles hasta ahora. Una lista a la que sumar a Jock Landale, un interior ‘muy FIBA’ que finalmente no acudirá con Australia tras estar en la prelista. Diría lo mismo de Pokuševski, pero Serbia es una selección que no permite de forma tan evidente el lucimiento personal a jugadores ‘en vías de desarrollo’.

Las cosas de las competiciones FIBA

Desde inicios de siglo, las nacionalizaciones exprés se convirtieron en el salvoconducto de muchas selecciones pequeñas de cara a clasificarse para grandes torneos e incluso presentar peleas en estas. Que se lo digan a Bahamas (ojalá ver a DeAndre Ayton en este campeonato), Argentina y Eric Gordon. Pero ahora están a la orden del día e incluso podríamos ver unos JJ.OO. en los que Embiid se vistiese con el uniforme estadounidense. 

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El caso es que esta ‘moda’ nos regala casos muy curiosos, el que más, el de Kyle Anderson con China. ‘Slowmo’ ha firmado su temporada de mayor reconocimiento mediático, que no necesariamente la mejor de su carrera y, como fetichista confeso, ardo en deseos de verle con la zamarra del coloso asiático. Ni él ni Jordan Clarkson (Filipinas) van a marcar aquí el antes y el después de sus carreras. Pero sí que le darán color a un torneo con un formato poco agradecido de inicio. Por desgracia, el base de los Jazz finalmente no ha podido acudir en calidad de nativo a pesar de su procedencia filipina, y ha tenido que obtener la nacionalidad por vías menos tradicionales. 

Un campo de pruebas llamado Australia

Los aussies siempre son una de las selecciones más atractivas en torneos internacionales. Quien me conozca un poco sabe de mi obsesión con una nación que cuida el baloncesto de la forma que lo hace la oceánica. Una fuente infinita de IQ baloncestístico que exporta jugadores a Estados Unidos de una madurez casi siempre impropia de su edad. 

A Australia le sucede un poco como a Estados Unidos en el puesto de base, donde cuenta con sus dos principales puntos de interés en lo que atañe a este texto. En este tipo de torneos, descontar a Patty Mills es una temeridad. Pero en algún momento la edad terminará haciendo mella en él y en Joe Ingles. La incomparecencia y peliagudo momento que vive la carrera de Ben Simmons deben catapultar a Josh Giddey como el faro de la selección. 

El de los Thunder, de nuevo, viene de una temporada muy positiva que inició con cierta sensación de estancamiento. Giddey es un prodigio, ya uno de los mejores pasadores del planeta, que por la superioridad física que presenta respecto a la posición de base, no goza del arsenal técnico que suele ser norma en playmakers modernos. Sorprendentemente, su mejoría al término del curso ha estado relacionada especialmente con afincarse en las fortalezas que emanan de su físico para convivir más cerca del aro. Sin desdeñar que en los últimos 20 partidos de regular su porcentaje en triples fue del 36%, la mayoría de ellos a pies parados (sus intentos tras bote son casi inexistentes y de paupérrimo porcentaje). 

Giddey es un jugador de gesto más bien tosco al que lo que más le cuesta es agilizar su mecánica de tiro. Algo que la cercanía del triple FIBA con respecto al NBA puede ayudar a subsanar y comenzar a tomar tiros cuando le floten de manera descarada. Quizás no sea este el escenario perfecto desde el que construir el resto de su trayectoria, pero si termina siendo uno de los jugadores más relevantes del torneo, ya será suficiente para afrontar la ilusionante temporada que se cierne sobre OKC. 

Si con Giddey lo interesante resulta ver cómo afronta el papel de líder sin una figura como Shai a su lado, con Daniels es casi lo contrario. El joven boomer es un guard que no va a buscar el juego, sino que el juego le acaba encontrando para que este lo multiplique para el resto de compañeros presentes en cancha. Daniels es una de esas rara avis que, siendo un base más o menos puro por su sensibilidad con el juego, recela de amasar balón en favor del flujo de juego. Ese perfil que Australia cuida tanto y sobre el que se cimenta su selección en los últimos tiempos. 

Sin embargo, y especialmente si termina partiendo desde el banquillo, el contexto demandará un acercamiento a la creación de juego más tradicional. Y surgir de éste uno de esos bases suplentes que dan coherencia a un banquillo por sí solos a la Derrick Rose en Nueva York o Tyus Jones en Memphis. Con mayor proyección defensiva que ambos. Muy probablemente su techo sea más alto, pero en el corto plazo, adquirir este rol parece idóneo para su perfil. 

De Josh Green espero que se llegue a las últimas consecuencias de su aportación en el juego sin balón. Le imagino incluso de pívot en quintetos de small ball extremo. Su habilidad para bloquear y tomar decisiones desde la continuación ha estado bastante infrautilizado por los Mavs esta campaña, así como su lectura de cortes esté en lado fuerte o débil. Su mejora en el triple hace de Green un arma tremendamente versátil lejos de la bola, y siempre aporta cosas cuando este pasa por sus manos. Ojalá poder decir lo mismo de Matisse Thybulle, al que el impulso de sus buenos JJ.OO. de Tokio no parece haber ayudado a desarrollar su juego ofensivo en la NBA.

La extrañeza de Santi Aldama

El interior de los Grizzlies aquí y no antes porque España no sobrevolaba mis pensamientos al enfrentarme a este artículo. Pero es que con Santi pasa algo curioso. Y es que si muchos jugadores acuden a estos torneos para redescubrir su versión FIBA después de cruzar el charco, Aldama llega a la lista española para que sus compatriotas le conozcan. A falta de verle en partido oficial, su desempeño en los amistosos ha sido tremendamente simbólico. Con España, Aldama parece tener alergia a la zona, desde donde no inicia ni una de sus acciones. 

El que por condiciones podría ser el pívot del combinado español, parte desde el exterior y de cara al aro en todas las acciones del libreto de Scariolo. Quien se encarga de limpiarle la zona y dibujar sistemas que acaben con él recibiendo el balón en los codos (de la zona o del triple) para que Aldama ejecute desde ahí. Joel Parra o Usman Garuba están siendo los ‘obreros’ de Santi, aunque el techo de la selección seguramente sea el quinteto que logre sumarle a Willy y Juancho. 

Su segunda temporada en la NBA ha seguido los derroteros lógicos. Iniciando como ‘cuatro’ titular por la ausencia de Jaren Jackson y finalizando como uno de los mayores argumentos de Memphis desde el banquillo por lo flaca que quedó la rotación interior sin Steven Adams y Brandon Clarke. Realmente, sería interesante ver su desempeño como interior algo más puro, un papel en el que no se ha prodigado en la NBA porque Taylor Jenkins siempre trata de acompañarle de los Tillman y compañía. De momento, no va en su naturaleza, y la soltura que ha mostrado en acciones de transición prácticamente jugando como base bien podrían servir para dar un paso más allá en el jugador que ya es.

(Fotografía de portada de Takashi Aoyama/Getty Images)

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