Cuando una carrera se prolonga tanto y en tantos sitios como la de Rudy Fernández, acaba obligando a una visión poliédrica de la misma. A Rodolfo, que si hubiese sido intérprete habría elegido Farrés como su apellido artístico, le ha dado tiempo para ser ese joven Di Caprio al que la inexperiencia le salía a cuenta de un magnetismo que lo arrasaba todo (DKV). Tornó en Javier Bardem cuando le dio por cruzar el charco y mostrar que era tan bueno y excitante allí como aquí. Cada verano que regresaba con la selección se engominaba de aires chulescos como Jon Travolta. Y caminaba con la suficiencia de Meryl Streep en su regreso a Europa dejando que su trabajo hablase por él sin necesidad de hacer alardes, aunque la mueca arrogante siguiese ahí.
Pero hace tiempo que Rudy Fernández se dedica a ser el Deus Ex Machina de un guionista perezoso. Ese elemento sobrenatural que aparece para dar la vuelta a la trama sin razón aparente. “Ha sido obra de un mago”, diría Cervantes. Tal es la chapuza narrativa que el alero ya ni siquiera se esfuerza en diferenciar sus giros de guión. Todos suelen seguir el mismo patrón. Forzar una falta en ataque, robar un balón leyendo el lado débil, recuperar la posesión arrojando la pelota a los pies del rival para provocar la fuera de banda… Y, entre medias, uno o dos triples desde el parking del WiZink Center.
El Real Madrid permite al ex de Blazers y Nuggets ser una especie de Lester Freamon en The Wire. Un inmaculado profesional que ya vio pasar sus días de gloria y aprovecha el impulso de un grupo estimulante para seguir haciendo valer un don que nunca le abandonará. De estrella, Rudy ha pasado a ser un especialista con grandeza heredada de tiempos pretéritos. Como Gary Payton en los Heat de 2006 o Dwight Howard en los Lakers de 2020, aunque con mayor relevancia que ambos. Precisamente ese debería ser su único rol en la selección española ¿O es que le pediríamos a Andre Iguodala regresar a la selección para que volviese a ser el de 2012?
Kilómetros de más
Por desgracia, el conjunto que dirige Sergio Scariolo no se puede permitir a Rudy en un papel de secundario estrella como el que tiene a nivel de clubes. Necesita más. En la hoja de ruta no debería estar que un jugador de 38 años y el kilometraje del alero se fuese a los 20 (Letonia) y 24 minutos (Canadá) en sendos partidos de segunda fase. Ese minutaje ante los norteamericanos habría supuesto el máximo del jugador en el pasado Eurobasket, excluyendo el partido de dieciseisavos ante Lituania que se fue a la prórroga. De hecho, a posteriori, ese descanso otorgado al veterano en el día que se convertía en el jugador con más internacionalidades del baloncesto español igualando a Juan Carlos Navarro se descubre como un grito de auxilio de Scariolo sabiendo lo que quedaba por delante.
Lo de ver al número 5 dominando partidos desde la lectura y la suma de acciones defensivas en un periodo comprimido de tiempo es algo más o menos normal. Así ha logrado ser tremendamente relevante en un equipo que en dos de sus últimas tres temporadas ha rendido por encima de lo esperado en Euroliga ondeando la bandera de la Vieja Guardia. Otra cosa es verle tomar galones en ataque. En las últimas temporadas, el arsenal ofensivo de Rudy ha ido caminando hacia una unidimensionalidad casi total. Hasta el punto de no llegar a lanzar un solo tiro de dos por partido en la 19-20 y en la pasada 22-23. El mallorquín se ha ido reduciendo a francotirador sin hacer apenas uso de recursos como el bote, el corte o cualquier acción relacionada con una verticalidad que antes era santo y seña.
Herida mortal
Ni siquiera la expedición del pasado Eurobasket, a priori la menos talentosa con la que ha contado España en las últimas dos décadas, empujó a Rudy fuera de esa zona de confort en las que sus apariciones son la diferencia entre la victoria y la derrota. Pero esta España es diferente. El gran defecto de la convocatoria española para este Mundial era obvio desde el vamos. O mejor dicho, desde que se hicieron oficiales las bajas de Lorenzo Brown primero y Ricky Rubio más tarde. La carencia de generadores con balón llevó a Scariolo a repescar a Juan Núñez, el joven base que en principio ni siquiera contaba para formar parte de la lista previa y que acabó siendo el ‘uno’ titular del equipo en la mayoría de partidos del torneo.
Pronto también se descubriría la gran fortaleza del grupo, que no era otra que el tono defensivo y energía que inyectaba una segunda unidad comandada por Alberto Díaz, Usman Garuba y Rudy Fernández. Pero si España ya adolecía de amasadores de balón, estos quintetos terminaban de cercenar cualquier autosuficiencia ofensiva al servicio del colectivo. El pobre estado de forma de Sergio Llull dejó a Darío Brizuela y su acostumbrada inconsistencia como único generador desde el banquillo. Tesitura que empujó a Rudy a multiplicar quehaceres.
El alero del Real Madrid nunca fue un jugador de alto consumo de pelota, prefiriendo siempre las acciones fugaces y, a menudo, off-ball. Por ello se hace tan raro verle a estas alturas echando el balón al suelo y ejecutando el 2×2 con el pívot de turno. Pero esa ha sido su realidad en este Mundial. Rudy, que viene de promediar 4,3 puntos y 1,5 asistencias en una Euroliga en la que ha sido crucial para levantar el título, se ha visto empujado a elevar sus números hasta los 5,3 tantos y los 3,5 pases de canasta.
Esto le coloca como segundo máximo asistente de España en el torneo, habiendo llegado a las 7 asistencias ante Canadá, cifra que en Euroliga lleva sin registrar desde la 16-17. Un dato aún más ilustrativo son sus tiros libres. En Euroliga, fruto de esa alergia al aro que muestra en el día a día, Rudy tan sólo ha lanzado cinco veces desde la línea de personal en 20 encuentros. En los cinco disputados en el Mundial ha acumulado cuatro.
La selección ha estado canina de cualquier tipo de motor ofensivo durante la segunda fase del campeonato. Y ha tratado de buscar en la grandeza de Rudy, que le sobra, lo que no encuentra en el resto de sus exteriores y alas; siendo el único jugador capaz de pesar en ambos lados de la cancha de forma consistente y, sobre todo, estando en pista en los mejores momentos de España ante rivales de verdadera enjundia.
No obstante, y salvando las distancias, pedir que Rudy sea el faro ofensivo de esta selección, aunque sea puntualmente; es como haberle pedido al Ray Allen de Miami Heat que volviese a ser el de Seattle y Milwaukee. Y que Scariolo le otorgue estos galones, es la muestra definitiva del abismo de talento que existe entre esta y otras convocatorias. Por suerte, podría ser un simple valle entre dos montañas, pero qué doloroso sería que esto acabe significando que a Rodolfo quizás ni siquiera le quede París.
(Fotografía de portada de Federación Española de Baloncesto)