¿Qué hizo único a Derrick Rose?

Contra la analítica, la estética. Contra la eficiencia, lo emocional. Contra el triple, la penetración con rectificado. Contra lo lógico, lo espectacular. Contra el Moreyball, el ...

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Por Enrique Bajo

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Contra la analítica, la estética. Contra la eficiencia, lo emocional. Contra el triple, la penetración con rectificado. Contra lo lógico, lo espectacular. Contra el Moreyball, el showtime. Contra el instinto de rendirse, la dedicación más tenaz. Contra todo lo que hace previsible el baloncesto moderno… Derrick Martell Rose.

Al MVP más joven de la historia lo han querido retirar muchas veces. Sospechosos, varios: lesiones graves, cambios de equipo, Tom Thibodeau, estrellas emergentes en su mismo puesto, cumplir la treintena, su cambio de estilo en cancha, la pérdida de explosividad… todas precipitadas, todas fallidas hasta el jueves, que fue la única y fue de motu proprio.

Si bien este anuncio ha supuesto el adiós oficial, la gira oficiosa de despedida dio comienzo hace ya un par de años, cuando tras regresar al Madison para iniciar su segunda etapa como knickerbocker, rápidamente le vimos adoptar un rol distinto y alejado del que venía siendo el usual en sus temporadas recientes: suplente de lujo candidato a Sexto Hombre.

Pero desde octubre de 2021, Rose había dado un paso atrás en sus pretensiones, no sólo en cuánto jugar, sino en cómo tomarse el hecho de quedar fuera de la rotación de manera asidua aún quedándole la mecha suficiente para seguir disfrutando dentro.

Protestar o poner malas caras, mucho menos pedir el traspaso, jamás fue parte de su código de conducta. Pero en esta ocasión, parecía más abierto que nunca a digerir el curso natural de las cosas. Veintiséis partidos de regular season en la 2021/22, veintisiete en la 22/23 y veinticuatro en la 24/25, aún con la baja de Ja Morant y siendo adelantado por el más irrelevante de los rookies en la rotación.

Sus tiempos de veterano en cancha habían concluido para dar paso a esa figura a caballo entre el jugador en activo y el que piensa en el retiro: mentor desde el banquillo.


Por un tiempo, lo fue todo

Pero hasta entonces, hasta asimilar que había dejado de pelear contra la corriente, pasamos diez temporadas en las que era absolutamente imposible verle saltar al parquet, botar el balón… y no sentir un cosquilleo a la espera de que ‘pasase algo alucinante’.

Algunos lo llamarán nostalgia, y no les faltará razón. Otros lo llamarán esperanza, y tampoco estarán equivocados. Porque si en algo se reafirmó D-Rose es que de lo imposible sólo nos separa un plus más de voluntad.

El número 1 de un Draft 2008 que dio no pocas estrellas (Westbrook, Love, Dragic, B. López, DeAndre Jordan) y un enorme cupo de buenos jugadores (Michael Beasley, O.J. Mayo, Gallinari, Eric Gordon, D.J. Augustin, Ibaka, Hibbert, Batum, Pekovic, Chalmers, Rush, R. Anderson…), llegó con fama de ser el más capaz de trasladar sus formidables dotes a la NBA.

No sólo no falló a las expectativas, sino que al terminar su primer partido de playoffs de 2009 ante los vigentes campeones –los Boston Celtics de Rondo, Allen y Pierce–, empezamos a ser realmente conscientes del calibre de jugador que habían draftetado los Chicago Bulls.

Tras varios meses erigiéndose como la novedad más atractiva y explosiva de la NBA, D-Rose demostró a las primeras de cambio que no sólo estábamos ante un jugador inmenso, sino ante uno generacional, de esos que cuanto más demanda el escenario, más se crecen. Nacido y ungido para el día a día pero más si cabe para las grandes ocasiones.

Aquel Game 1 de debut en postemporada pervivirá en los anales.

Camino al cielo

Durante los tres años siguientes no hizo sino crecer a través de su propia curva de aprendizaje mientras dejaba atrás multitud de defensores y acciones para el recuerdo entre hesitations, crossovers y ankle breakers.

Un espectáculo visual y plástico que, llevado a su máximo esplendor, cobró la forma de intangibles, no numéricos, sino artísticos, que a la postre fueron, muy probablemente, lo que terminó de empujar a la prensa cualificada a decidirse por él en cuanto al MVP por encima de un Dwight Howard monstruoso y un LeBron James sideral.

Eso y un sensacional récord de 62-20. Líderes de su Conferencia. Veintiún triunfos más que la campaña anterior. D-Rose, el mejor jugador del mejor equipo del Este, siendo Luol Deng, Joakim Noah y Carlos Boozer (por los D-Wade y Chris Bosh) sus mejores escuderos.

Temporada 2010-11 (MVP de Rose)PartidosMinutosPuntosRebotesAsistenciasRobosPérdidasTS%Win Share
Derrick Rose8137,4254,17,713,455%13,1
Dwight Howard7837,622,914,11,41,43,661,6%14,4
LeBron James7938,826,77,571,63,659,4%15,6

Pero sin duda, más allá de MVPs, lo que perdura en la retina es la sensación de vértigo que generaba el verle jugar cualquier día de la semana. Cómodo en el límite. Estoico en el contacto. Certero en el limbo que separa la asistencia de la pérdida e inteligente en la elección tricotada al borde del abismo.

Y por supuesto, por más cuerpos que se interpusieran entre él y el aro cuando ya lo había escogido como target declarado, mortal en la definición.

Finta aquí, cambio de ritmo allá, frenazo en seco, redirigiendo, bosques de manos, un cero en intimidación y un diez en belleza, armonía en el compás que le arrullaba en el aire hasta soltar la bandeja. O cuando no, un mate que disecaba al defensor que, en su tierna osadía, quiso creer en el tapón.

Caídas y regresos

Derrick Rose, en un caso asimilable al de Ronaldo (el Fenómeno), sufrió hasta tres lesiones de las tildadas como ending career. Puedes volver o no, pero rara vez volverás a ser el mismo. En un guard como lo era él y cuyos rasgos identitarios se resumían en explosividad, giros radicales y contacto en la zona, el fin estaba escrito.

Pero no para un terco de esto como D-Rose.

Aunque de la primera lesión de ligamento cruzado siempre se ha señalado al amigo Thibs como principal culpable (el base había estado lidiando toda la temporada con problemas en el dedo gordo del pie, espasmos en la espalda, distensión en la ingle y lesiones varias que le impedían jugar dos partidos seguidos desde de marzo de 2012) por, con el Game 1 de primera ronda ya resuelto ante los 76ers, su entrenador lo siguiese manteniendo absurdamente en pista, lo cierto es que fue la segunda, la de rotura de menisco, la que empezó a cavar la tumba del D-Rose que habíamos conocido hasta la fecha.

Si sólo nos dejasen destacar una de las muchas funciones que tiene un menisco, habría que quedarse con su papel de amortiguador. Es decir, para responder a todas las exigencias, impactos, arabescos y aterrizajes constantes de un atleta del corte de Rose, los meniscos son algo innegociable. Quitártelos es como quitarle los neumáticos de competición a un Fórmula 1 y pedirle que salte a pista con cuatro ruedas de bicicleta.

Pues Rose lo hizo. Y aunque dejó de acumular pole positions, siguió estando en carrera. Ahí, para refrendarlo, estaban esos 17,7 puntos y 5 asistencias en 51 partidos. Los mates a cara perro eran historia, los aludes interiores dejaban paso a un dribling más depurado, tocando elegir mucho mejor los espacios y los momentos para atacarlos. Todo salpimentado con chispazos esporádicos del Rose original.


Segunda rotura parcial del menisco medial.

Fue ‘la menos grave’ de entre las graves. Pero donde otros, abatidos, habrían tirado la toalla, el point guard se sobrepuso para volver una vez más a buen nivel, encadenando dos campañas notables de 16,8 y 18 puntos por partido (esta última ya con la casaca de los New York Knicks) y superando en ambas los 60 encuentros en fase regular, regalando pequeños alardes de potencia marca de la casa que ya no le valían, eso sí, para postularse para el All-Star, a pesar de seguir siendo uno de los favoritos de la afición.

El triunfo del ‘paso atrás’

Por la gravedad de sus lesiones quizás, Mr. To Strong-Too Fast-Too Good necesitó de bastante menos tiempo que otras ex-estrellas para entender y aceptar que su reino, con él de rey, había concluido. Y sin nadie pedírselo, abdicó.

Callado, sereno, trabajador y sin ningún interés por las primeras planas, un atleta de talla mundial dio paso a una versión beta de sí mismo que, aún con la cautela en pista como norma inquebrantable (nada de lucimientos innecesarios) y habiendo perdido gran parte de su nervio, de su poder de salto, de ímpetu en el contacto… aún con todo eso, supo mantenerse como una pieza útil y sin dejar de cautivar, por el camino, el corazón de todos.

La guinda inesperada

Y una última página, que pocos vieron venir, y que supo mejor que cualquier All-Star e incluso un galardón a Mejor Sexto Hombre que rozó por tres veces. Los 50 puntos a Utah. Su last dance de 40 minutos de duración.

Salió de la fosa que llevaba años decorando para entonar un último Requiem, un canto a la senectud, una danza de eternidad. Un pedazo de exhibición y un derroche de energía que nos hizo preguntarnos, más alto que nunca, quién cojones es es ese DPOY llamado Rudy Gobert.

Lloró Rose. Lloraron sus compañeros. Lloró el Target Center. Lloramos todos. Como escribí entonces, el disfraz de MVP jamás lo tiró; lo conservaba en el armario. Y aquel día, nostálgico, disfrutó enfundándose de nuevo en él una última vez.

Porque fue la última. En adelante, lo que tocaba. Cinco años más de profesionalidad, de serenidad, de constancia, de perfil bajo, de eventuales gotas magia, de baloncesto añejo. Y exactamente así, cuando ha visto que ya no podía darle más a un deporte que tanto le ha dado y quitado, sin hacer ruido, dice adiós.

Blake Griffin, Marc Gasol, Gordon Hayward, Kemba Walker, Rajon Rondo, Derrick Rose. Los seis se han retirado del baloncesto este 2024. La más dura nos la reservaban para el final. A todas tus versiones, gracias.

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