Cada vez que la NBA corona campeón su ejemplo sirve para evaluar sus procesos como verdad única. Lo cual, inintencionadamente, implica infravalorar las decisiones y caminos del resto. Esto no resta ni un ápice de interés al análisis de la construcción y eventos que determinan a cada conjunto sin entrar en verdades dogmáticas. Por eso, antes de estrenar las finales, conviene retrotraerse para observar y poner en valor el recorrido que han transitado Mavericks y Celtics*. Dos cimas de una manera de hacer las cosas en un momento, por lo pronto, determinado.
La temporada de Luka Doncic comenzó en mayo
Para Luka Doncic es extraño que las temporadas finalicen en abril. El talento esloveno acostumbra ya desde su tierna infancia a jugar fases finales por decreto. Ya sean playoffs y Final Four de Euroliga, ACB o NBA. Solo en 2018, año de su llegada a la mejor liga del mundo, se había quedado sin saborear las mieles de la postemporada. Decepción que repitió el curso pasado, incluido alegato. “Yo quiero jugar para ganar siempre”, admitiría con gesto agriado.
Aquello, en una temporada en la que había vuelto a tener que parar más veces de las deseadas por el castigo físico, le llevaron a querer atajar la principal fuente de críticas que su figura ha despertado en los últimos seis años. Su condición física. Doncic nunca ha ignorado este problema pasadas sus dos primeras campañas en la NBA, donde todavía lucía figura adolescente. En un 2022 que acabó agotado ante los Golden State Warriors, el esloveno ya trató de poner cartas en el asunto. Pero el poco descanso entre las finales de conferencia y el inicio del Eurobasket con Eslovenia hicieron que la preparación quedase a medias.
Luka retomó el plan en 2023 con todo el verano por delante y algún cambio con respecto a otras ocasiones. Como suele hacer, se reunió en Ljubljana con Anže Maček, el preparador de la selección eslovena, y parte del cuerpo de preparadores de los Mavericks. Recién iniciado junio Doncic lucía ya mucho más ligero. El Mundial de Baloncesto celebrado entre agosto y septiembre amenazaba con inutilizar el trabajo hecho. Y los problemas musculares reaparecieron durante el torneo, pero Luka llegó en una forma envidiable al inicio de campaña con los Mavericks.
Esto le ha permitido, por primera vez en su carrera, hacer una campaña de MVP de principio a fin sin apenas valles. También hay que decirlo, teniendo el lujo de dosificarse durante los encuentros por la compañía de un escudero inmejorable en el backcourt. Los problemas físicos se han cebado con él en estos playoffs, especialmente con sus rodillas. Pero no ha habido rastro de ese abatimiento físico de cursos anteriores en los que al oxígeno le costaba regar músculos y cerebro. Aun lisiado, Doncic ha seguido dominando.
Templar a Kyrie
La mayoría de dudas que se cernieron sobre los Mavericks cuando ejecutaron el traspaso de Kyrie Irving tenían que ver con el temperamento de este. Que era un jugador que había olvidado serlo. Si incluso llegó a plantearse la retirada porque todo aquello le movía menos que su reencontrada espiritualidad y sus lazos con la tradición nativa.
Quizás a esos mismos azares cósmicos a los que se debe cabría agradecer su versión desde que puso un pie en Texas. Porque mucho se ha hablado de templar su carácter en presencia de una leyenda como Jason Kidd, pero fue él quien con Steve Nash en el banquillo dijo aquello de no necesitar entrenador. Irving creció idolatrando a Kidd y su mejor versión de carrera llegó junto a otro dueño de todo como lo es ahora Luka. Sin embargo, sólo él conoce las razones de haberse puesto el mono de tutor para toda esa chiquillería que le rodea en Dallas. Y, sobre todo, hacerlo con tino.
Junto a Markief Morris, Irving se ha llevado todos los elogios que caben a la gestión del grupo entre bambalinas. Desde los recién llegados destinados a G League como Olivier-Maxence Prosper hasta el mismísimo Doncic. No ha habido en su estancia en Dallas ni rastro de sus conocidos arrebatos individualistas. Dirigiendo todas y cada una de sus energías al bienestar del colectivo.
Su llegada a los Mavericks significó perder toda estructura defensiva y profundidad. A lo que sumar una temprana falta de entendimiento con el astro esloveno, como demasiado empeñado el uno y el otro en satisfacer a la otra estrella. Las dudas del encaje ofensivo, eso sí, caían en saco roto cuando uno recordaba lo que fue Kyrie Irving junto a LeBron James. Y no hay mejor elogio al desempeño de Kai que reconocer que, si en aquellos Cavaliers todo el equipo se esforzaba en tender puentes hacia él, en estos Mavs es él quien se ha esmerado en ser un nexo para el resto. La madurez, aunque pareciese remota, le ha llegado a Kyrie en el momento preciso.
Tres partidos a cambio de Dereck Lively II
Ver a equipos sumar derrotas adrede es bochornoso. Va en contra de los principios básicos del deporte y la competición. Por eso la NBA se esfuerza tanto en ponerle remedio a través de cambios en la lotería del draft o la introducción del play-in como aliciente a la victoria para aquellos que ven el campeonato desde muy lejos.
Sucede que la misma naturaleza del deporte norteamericano, cerrado y regalado a la igualdad de oportunidades a largo plazo (por tramposa que sepamos que es esta proclama), hace imposible pensar en una desaparición real de ese fenómeno que llamamos tanking. Al menos en la NBA, donde no existe el componente violento que en NFL y NHL obligan al jugador a guardar tensión continua porque está más en juego su integridad física que el devenir del encuentro.
Lo que en realidad demonizamos asumiendo que el tanking es una práctica ineludible es el provecho que se saca de todas esas derrotas. Tenemos la percepción de que, año tras año, son las mismas franquicias las que ocupan las catacumbas de la liga y la lotería del Draft. Imaginario alimentado por el hecho de que los comunes a estas lides suelen ser los equipos más disfuncionales en su gestión. No obstante, y más con las nuevas probabilidades de la lotería, lo relevante no es ‘ganarse’ el derecho de bombo, sino saber facturar las derrotas para obtener una ventaja competitiva a cambio.
Que perder partidos y acumular capital de Draft halla coartada si lo que se recibe a cambio es Jalen Williams, Chet Holmgren y Cason Wallace en solo dos cursos. Más si cabe si se tiene después la habilidad de ensamblarlo para solventar cualquier atisbo de inexperiencia. Los Dallas Mavericks hicieron correr ríos de tinta por dejarse ir al término de la pasada campaña cuando, a falta de una semana de regular, aún tenían opciones matemáticas de luchar por el play-in. Críticas merecidas que ensañaban un rubor exprés cuando Portland u Oklahoma lo habían hecho de forma más dilatada en cursos anteriores.
Lo relevante una vez tomada aquella decisión era sacar provecho de mantener esa elección protegida en el top diez. Y conseguir a Dereck Lively II, pieza indispensable para entender el éxito de los Mavs este año y el rookie más importante de esta postemporada, sirve de tapadera para lo que hace un año parecía una chapuza ejecutada mal y con prisas.
La estructura post trade deadline
Seré breve por ser la parte más obvia y reciente del camino de estos Mavericks a las finales NBA. Y es que Dallas ha mutado de ser un equipo que necesitaba ganar por puro volumen ofensivo a uno que crece desde la defensa. Especialmente la interior. P.J. Washington es el defensor y complemento ofensivo de segundo plano que siempre soñó Doncic. Un arquetipo que poder arrojar sobre estrellas exteriores pero que, por tamaño y kilos, desempeña las labores de un cuatro clásico en lo que a colapso de la pintura se refiere. De su omnipresencia que la ya destacada mesura de Lively protegiendo el aro se haya disparado y que Derrick Jones Jr. sea un disturbio constante por saber que detrás le guardan las espaldas.
Daniel Gafford, que no es tan comedido como Lively, también se ha visto beneficiado de la presencia de Washington. Su impacto global bien se podría resumir en dos instantes que se sucedieron de corrido. Su tapón a Mike Conley contra tabla y su remate en alley-oop para sellar el 3-0 ante los Timberwolves. Corrector y martillo.
Todo ello lo agradece más que nadie Jason Kidd. Que si alguna virtud táctica ha demostrado desde que tomase las riendas de los Mavericks, sea cosa suya o de su tropa de asistentes liderada por Sean Sweney, es la construcción de un esquema defensivo que sea más que la suma de sus partes. Ya lo hizo en 2022, priorizando quintetos de corte defensivo y tirador para que fuese la genialidad de Doncic al otro lado la que resolviese. Y si entonces tenía que esconder a Jalen Brunson y al propio Luka, el crecimiento defensivo de este segundo lejos de la pintura y el mayor compromiso y capacidad de Irving disparan su mejor obra. Una que, por momentos, hace olvidar a Thunder y Timberwolves como equipos agresivos al aro porque no existen vías a este.
Dos piezas, Gafford y Washington, conseguidas el mismo 8 de febrero y que suponen haber construido una estructura ganadora inmediata a la vera de Doncic e Irving. Como esas casas que vienen prefabricadas.
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*El turno de los Boston Celtics llegará mañana.
(Fotografía de portada de Stephen Maturen/Getty Images)