Chicago Bulls, techo y alma de un equipo en el limbo

Hablar de los Chicago Bulls sin tener a mano la trade machine de la ESPN al lado parece carecer de sentido. Hace dos días, Shams ...

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Por David Sánchez

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Hablar de los Chicago Bulls sin tener a mano la trade machine de la ESPN al lado parece carecer de sentido. Hace dos días, Shams Charania filtraba que Zach LaVine podría estar en venta. Algo que, en realidad, se extiende a casi cualquier pieza del plantel. DeRozan acaba contrato el próximo verano, alguien se la podría jugar con Vucevic y Caruso va a ser una de las piezas más codiciadas por los aspirantes de aquí a febrero. Incluso los Mavericks parece que le hacen ojitos a Andre Drummond. 

Los sueños del equipo de Illinois se rompieron allí donde yace la salud de la rodilla de Lonzo Ball. Quizás, visto en perspectiva, el secundario más imprescindible de toda la NBA por cómo cosía al equipo a ambos lados de la cancha. Desde que su silencioso floor general cayese en desdicha, los Bulls habitan un limbo del que hace tiempo la salida parece ser evidente. Y no pasa por otro sitio que no sea la total destrucción del otrora ilusionante proyecto que Karnisovas comenzó a alumbrar allá por 2021. 

Sin embargo, ocurre algo curioso con los de Billy Donovan. Normalmente, cuando un equipo está inmerso en una dinámica como la de los Bulls, que no atisba el mañana por la incertidumbre que les rodea y el techo de cristal que les cobija, el resultado en cancha es una masa informe que no reconoce patrón ni sistema. No es el caso de Chicago, que a pesar de sus innumerables carencias (especialmente ofensivas) está siendo una de las defensas exteriores más inmisericordes de lo que va de regular. 

Normalmente, un conjunto está más cerca de su techo cuanto más se parece a las virtudes de sus estrellas. Los Bulls alinean cada noche a tres jugadores que han sido All-Stars en múltiples ocasiones. Talentos ofensivos autosuficientes y, sobre el papel, adaptables a cualquier esquema por su naturaleza. Los tres pueden crearse sus propios tiros por distintas vías, gozan de cierta sensibilidad para involucrar a sus compañeros en mayor o menor medida y no se les caen los anillos por trabajar sin balón. Pero el equipo no se parece a ninguno de ellos, lo que provoca que sean menos que la suma de sus partes. 

Concierto de hurtos

Donde realmente se reconoce Chicago es en quintetos donde suma figuras que, en condiciones ideales, serían más pegamento que estilete. Las combinaciones entre Alex Caruso, Ayo Dosumnu, Patrick Williams y Jevon Carter, ya sea entre ellos o con componentes del quinteto titular, son la única vía que encuentra el equipo para evitar las situaciones a media pista que tanto les ahogan. Todo defensores híper agresivos y de gran intuición al robo. 

Los Bulls son terceros en robos (9,5) e intercepciones (17,9), cuartos en pérdidas provocadas (17,2) y segundos en puntos generados (21,8) y en porcentaje de puntos tras esas pérdidas (19%). Y, a pesar de ello, son la novena peor defensa de la liga por cada cien posesiones. En gran parte por las carencias defensivas de sus principales figuras y su debilidad en la defensa interior con Vucevic o Drummond como anclas y sin un cuatro que sirva de corrector de la pintura. 

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Sólo a través del caos que generan con su segunda unidad los Bulls son capaces de dictar el ritmo al que se juega el partido. Observar cómo Caruso es capaz de dirigir los ataques rivales a los lugares que más conviene con su mera presencia o ser testigos de la navegación defensiva entre bloqueos de Dosumnu o Carter es un placer en sí mismo dentro de un conjunto que suele transmitir desidia. Incluso se puede soñar con que Patrick Williams al fin deje atrás su apatía ofensiva cuando encadena minutos de máxima concentración en defensa. Pero, claro está, esto encuentra limitaciones demasiado evidentes como para solventarlas durante los 48 minutos de partido. 

¿Lentitud o pesadumbre?

Atendiendo a datos de Cleaning the Glass, los Bulls son el tercer equipo de la liga que menos juega en transición. Resulta muy evidente que morder atrás y correr es el santo y seña de sus mejores minutos, pero tan sólo representa el 13% de su juego ofensivo. He ahí la desconexión irreparable entre las dos caras del conjunto, que en defensa se desgañita por alimentar el contraataque pero que encuentra freno en quienes comandan la ofensiva. 

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Los Bulls son el cuarto equipo más lento de la liga. Un dato que no es malo per sé, pues los Dallas Mavericks han sido élite ofensiva repetidas ocasiones bajo el parsimonioso mando de Luka Doncic. Pero que sí es mortal para un conjunto que suma 91,9 puntos a media pista por cada cien posesiones, séptimo peor dato de la NBA. 

De nuevo, el análisis seguramente sea superfluo o tardío o ambas cosas. Estos Bulls ya no tienen redención como colectivo y sus defectos han sido bien documentados en el último año y medio. No obstante, cabe reconocer que esta suma de jugadores no estuvo lejos de encontrar una cara reconocible y que, aun en pequeñas dosis, ese mismo espíritu sigue dotando de carácter a un grupo sin rumbo. Aquí queda por si mañana es demasiado tarde. 

(Fotografía de portada de Michael Reaves/Getty Images)

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