Chris Paul, Golden State y el fin de la revolución

Con la extensión de Draymond Green por cuatro años y cien millones de dólares los Golden State Warriors han dado cuerpo a una obviedad. Hasta ...

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Por David Sánchez

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Con la extensión de Draymond Green por cuatro años y cien millones de dólares los Golden State Warriors han dado cuerpo a una obviedad. Hasta que Stephen Curry haya dicho su última palabra, este equipo se construirá con la idea de asaltar el campeonato. “Ganar ahora a cualquier coste”. Una idea que recrudeció hace casi dos semanas la llegada de Chris Paul, especialmente por implicar la marcha del principal talento joven con el que contaban los de la Bahía. 

Esto no quiere decir que los Warriors vayan a ser necesariamente mejor equipo que el pasado curso. Lo cual está por ver. Simplemente que, en la gerencia que ahora comanda Mike Dunleavy Jr., tienen en mente que CP3 les acerca más al anillo en el plazo inmediato de lo que lo hacía Jordan Poole. Y esto, más allá de cargarse la osadía de desarrollar talento sin dejar de aspirar al anillo, supone también poner en duda la vigencia de esta dinastía tal y como la conocemos. 

Virtud impropia

El arte acostumbra a acumular las expresiones más arrebatadoras al albor de las carreras de sus autores. Hay excepciones, pero es habitual que los artistas más dotados, esos que no necesitan fraguar su artesanía a base de experiencia, dejen su mayor rúbrica a una edad temprana. Con el riesgo de que el tiempo vaya desafilando su visión de autor. 

Por citar algunos casos extremadamente populares, Born to Run fue el tercer disco de estudio de Bruce Springsteen. Reservoir Dogs y Pulp Fiction las dos primeras películas de Tarantino. Super Mario Bros. y The Legend of Zelda dieron un vuelco a la historia del videojuego cuando Shigeru Miyamoto cumplía 33 y 34 años respectivamente. Obras que según el ojo que las mire estarán más arriba o más abajo en la trayectoria de sus progenitores, pero que indudablemente representan la máxima expresión de quienes las concibieron. Además de ser éxitos cuasi unánimes de público y crítica. 

El deporte, sin embargo, tiende a disociar el techo de los proyectos de su versión más radical. Para alcanzar la gloria, los campeones a menudo deben volverse más cínicos y resabiados a través de los trompazos que se dan por el camino. Algo que aplica a individuos y colectivos sin distinción. De ahí la rareza del triplete del Manchester United en 1999 de la mano de una banda de pipiolos renombrados Fergie Babes. O el sextete de Pep Guardiola en sus primeros 16 meses entrenando en el fútbol profesional con un Barça mucho más desbocado y salvaje que sus versiones posteriores. De ahí, el valor de los Golden State Warriors de la era Kerr más allá de los títulos. 

De lo propio a lo común

Desde su eclosión, los de San Francisco han sido el conjunto o uno de los conjuntos NBA más vehementes en su propuesta. En parte, porque tiene en Stephen Curry, Klay Thompson y Draymond Green a tres de los jugadores más únicos que se han vestido un mismo uniforme simultáneamente. Un tipo de menos de 1,90 que ha cambiado el curso del juego sin ser base al uso, un ¿alero? de 2,03 que es capaz de endosar 60 puntos botando el balón once veces. Y un animal competitivo de 1,98 que defiende la pintura como un siete pies, aprieta el perímetro como Tony Allen y crea juego ofensivo a mil revoluciones por segundo.

Tan ‘raros’ son los integrantes del perpetuo Big Three que la llegada de Kevin Durant, un siete pies que anota como el mejor de los escoltas imaginables, devino en sumar un factor de normalidad al grupo porque sus códigos se acercan más a la concepción tradicional de baloncesto que los de sus excompañeros. Pero los Warriors son, también y sobre todo, radicales desde la idea de juego que impulsa su pizarra. Del continuo flujo de movimiento, ritmo y espacio que propuso Steve Kerr a su llegada Golden State lleva bebiendo ya cerca de una década, manteniéndose al mismo tiempo prácticamente impasible (con excepciones) en el aspirantazgo al campeonato. Ahora mismo, de hecho, vira entre la cuarta y la quinta posición como favorito al próximo título en las principales casas de apuestas de Norteamérica. 

Obviamente, en el camino hasta los cuatro Larry O’Brien que ya colecciona este grupo ha habido cambios y matices. Pero no hay dinastía en los últimos treinta años que se haya mantenido en el tiempo practicando un juego tan distinguible como el de los Golden State Warriors en estos años con respecto al resto de la liga. Lo cual, no hace falta decirlo, no es lo normal. Todos los años aparecen equipos y propuestas extremas en la NBA que consiguen asentarse como buenos conjuntos elevando las aspiraciones previstas. Los Sacramento Kings de este curso, los Cavaliers de hace dos temporadas y sus ‘tres torres’, los Raptors de la alerización total o los Thunder del drive-and-kick vistos este mismo año. Conjuntos de valor e interés intrínseco, pero que se entiende deben relajar sus impulsos y ‘normalizarse’ para evolucionar en lo competitivo. 

Eso mismo eran los Warriors en la 2014-15, cuando aquello de jump-shooting team les perseguía como un yugo que, aparentemente, imposibilitaba cualquier vía al título. Ahora suena a disparate, ¿verdad? El caso es que todo está sujeto a cambio y el paso del tiempo siempre empuja hacia comedir vértigos y emociones. Aun manteniendo gran parte de los principios que dan cuerpo a su característico juego, los Warriors más recientes son un conjunto mucho menos revolucionario que antaño. Como los mortales, ahora dependen de ‘banalidades’ como el rebote ofensivo o el pick-and-roll, al que Stephen Curry se ha visto empujado de nuevo en estas dos últimas temporadas por puro deterioro de todo lo que le rodea. Ni siquiera Durant, que cada año que pasó en la Bahía acercó más al equipo a la ‘cordura’, alteró tanto el modus operandi de los Warriors como el inexorable avance de las primaveras. 

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Y si Chris Paul tiene el peso que Golden State le presupone al desprenderse de Jordan Poole y no sumar perfiles que ayuden a aliviar la carga de juego del base, quizás hablemos del elemento más exógeno que ha reclutado el núcleo duro de los Warriors (D’Angello Russell aparte) durante la vigencia de la dinastía. 

Durante este tiempo, cualquier exterior que se ponía bajo las órdenes de Kerr lo hacía con la obligación de participar del juego de pantallas, cortes e incesante movimiento sin balón que propone su pizarra. Cómo no hacerlo con el liderazgo que ejercen Steph y Klay desde el ejemplo en estas lides. Pero este mantra no se puede aplicar con Chris Paul, que ni siquiera en su etapa en Houston desarrolló una gran actividad off-ball. Aquel periodo demostró que el base puede sobrevivir en sistemas con otro gran amasador de balón, pero no maximizar sus virtudes. Las cuales, por si fuera poco, se han diluido con la edad. 

Paul encadena dos temporadas en las que su dosificación ha aumentado y sus responsabilidades disminuido. El último Paul, al que se ha visto en la 22-23, ha sido un jugador que desarrolla su juego ofensivo muy lejos del aro porque ya no cuenta con la energía suficiente para acometer continuas internadas al perímetro. Ese juego de arrancadas hacia los codos tan reconocible en él ha ido desapareciendo, convirtiéndose en un creador que opera cada vez más desde la lejanía del perímetro. Fruto de ello ha sido la brutal caída que ha sufrido su producción desde el pick-and-roll

¿No more Point God?

El base sigue siendo uno de los 15 jugadores que más acude al bloqueo y continuación como manejador. Pero los 0,91 puntos que ha generado por posesión se encuentran en un pobre (para sus estándares) percentil 59 y suponen su mínimo desde el último año en los Rockets. Aquel en el que se le designó como el contrato más tóxico de la NBA. Quizás, darle la batuta de la segunda unidad ayude a maximizar lo que quede en su tanque como generador primario, pero Golden State debería dotarle con una pareja de baile interior más allá de Looney. 

Sin embargo, no está ahí el quid de la cuestión para los Warriors, sino en hallar una solución para mantenerlo en pista junto a lo que se entiende como núcleo duro cuando lleguen verdaderos apuros y situaciones límite. Si CP3 acude para elevar el techo inmediato del equipo, cuesta imaginar un escenario en el que lo logre sin formar parte de los quintetos de cierre de partido. Kerr entonces se verá en el brete de tener que jugar con el resto de piezas. Curry-Thompson-Wiggins-Green o Curry-Wiggins-Green-Looney parecen las opciones más factibles, pero de un tiempo a esta parte el técnico también ha sabido apartar a las ‘vacas sagradas’ en según qué momentos sobre el alambre. Con el aliciente de que, por lo filtrado, quizás el propio Chris haya aceptado dar un paso atrás sea cual sea la situación del encuentro. 

Lo que es una certeza es que la simple presencia de Paul altera el comportamiento del esquema medular de la dinastía. Plantea dudas sobre cómo se comportará él y, en consonancia, el equipo. El sistema de los Warriors abraza como pocos la inteligencia de alguien como el base, pero no tanto su reciente inmovilidad ofensiva. Por mucho que en la Bahía saliven con un Paul que ventile su circulación y abra nuevas vías desde el pase y un consumo moderado de balón, lo cierto es que ese análisis ahora mismo es poco realista. 

Desde el inicio de la pasada campaña, y más desde la llegada de KD, el base ha aumentado notablemente su volumen de triple en general y el lanzamiento tras recepción en particular (1,5 triples en catch-and-shoot que superan sus números en Houston). Pero también ha sido la temporada en la que menor impacto ha tenido en el juego de su equipo en su trayectoria profesional. Y ahora mismo los Warriors no parecen poder permitirse a un CP3 marginal o, simplemente, al visto recientemente por fondo y forma. 

Solo el tiempo revelará si el encaje de ambos funciona mejor o peor. Cabiendo incluso la posibilidad de que separen sus caminos si la cosa no funciona. Pero Paul vestido con los colores de Golden State supone sintomatizar el abandono paulatino de una idea construida y sostenida por unos intérpretes a los que, por desgracia, también afecta el transcurrir de los años.

(Fotografía de portada de Christian Petersen/Getty Images)

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