El deporte lo ha vuelto a hacer

En ese desierto de noticias NBA que suele ser el mes de julio, cualquier suceso invita a exprimirlo hasta dejarlo seco. O lo que es ...

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Por David Sánchez

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En ese desierto de noticias NBA que suele ser el mes de julio, cualquier suceso invita a exprimirlo hasta dejarlo seco. O lo que es lo mismo, hacer una montaña de un grano de arena. Aunque alivia observar que la idea de tomar un puñado de tweets (¿se siguen llamando así Elon?) en clave de humor como el punto de partida de un  artículo que busque arrojar luz sobre la relación sociocultural y económica entre Occidente y Oriente Medio no supone sacar las cosas de quicio. Marc Stein lo ha hecho. Veda abierta. 

A estas alturas, y eso que solo va un párrafo, es evidente que el objeto de este texto son las bromas que varios jugadores NBA publicaron en Twitter/X al hilo de la supuesta oferta de 700 millones de euros por un año que el Al Hilal saudí puso sobre la mesa de Kyllian Mbappé hace unos días. LeBron, Giannis y Green se quisieron poner en la tesitura de ser el benefactor de una oferta así para arrojarse a los hipotéticos brazos del dinero árabe. Damian Lillard se limitó a mostrar incredulidad con la cifra. 

https://twitter.com/KMbappe/status/1683557510907678720?s=20

En este punto es donde convendría puntualizar por qué resulta conflictiva la simple idea de no oponer ninguna reserva con respecto a la fuente de esa ingente suma de dinero. De fondos soberanos que operan bajo el abrigo de estados que atentan contra los derechos civiles y humanos. De casos como el nunca suficientemente mentado de Jamal Khashoggi, periodista saudí del Washington Post que fue asesinado en 2018 por el régimen de su patria por su crítica mordaz a la corona. 

Pero tomar una postura aleccionadora a estas alturas resulta inocuo. Más interesante torna el ejercicio de situar en qué momento nos empezó a dar completamente igual, pues hasta hace poco cualquier guiño a regímenes como el saudí, el qatarí o el emiratí era visto y juzgado como un pacto con el diablo. Siempre suavizado a través del irrenunciable dinero, pero mirado con recelo por el ciudadano de a pie. Quizás siga siendo así, pero en el último año la tolerancia del imaginario popular con respecto a estos estados (o al menos a su papel en la economía mundial) ha ensanchado la manga notablemente. 

Ya nos conocemos

Brevemente. De un tiempo a esta parte, las mayores potencias de Oriente Medio, alimentadas hasta la obesidad por el petróleo, crearon sendos fondos soberanos de inversión para diversificar sus ganancias más allá del oro negro y afrontar el futuro sin depender tanto de la explotación de unos combustibles fósiles finitos. Quien quiera tirar del hilo podrá encontrar la presencia de estos fondos entre el accionariado de cualquier empresa protagonista en las pantallas de Wall Street. Pero salvaguardar la generación monetaria a largo plazo no es suficiente. 

Oriente Medio se ha cansado de existir de espaldas al mundo. Al contrario que China, un mastodonte que guarda su opulencia turbocapitalista (y también sus miserias) a salvo entre sus rígidas fronteras; Qatar, Emiratos Árabes y Arabia Saudí quieren comer en la mesa de la sociedad occidental. Y han elegido el deporte como vehículo para no dar el cante en el banquete. 

El sportwashing no es nada nuevo. Hitler y Mussolini ya utilizaban el deporte y los eventos deportivos para ensalzar sus mandatos y los valores nacionales que creían representar. Manchester City y PSG acumulan ya más de una década bajo el mando de la familia real de Emiratos Árabes (Mansour) y un importante empresario qatarí (Al-Khelaifi) respectivamente. El Newcastle United completó la triple corona de Oriente Medio siendo adquirido por el consorcio saudí en 2021. Movimientos que han ido sedimentando la normalización de estos países como actores cotidianos del panorama deportivo europeo. 

Sin embargo, su presencia en una parte tan visceral del Viejo Continente como es el fútbol nunca había comportado un cambio de paradigma tan drástico como el vivido recientemente. Ni siquiera el Mundial de Fútbol de Qatar supuso una ola de buena imagen en términos generales. Por mucho que el mundo se sentase ante el televisor apagando hasta cierto punto su sentido crítico, la cita mundialista nunca aplacó las corruptas artimañas y descarnadas prácticas que se escondieron tras su celebración. Y buena parte del evento estuvo salpicado por polémicas que señalaron con vehemencia la homofobia y misoginia institucional del país. 

El deporte lo ha vuelto a hacer
Los jugadores de Alemania denuncian la censura por no permitirles portar brazaletes con la bandera LGBT (Alexander Hassenstein/Getty Images)

Algo se rompió con el LIV 

A nadie escapa la pátina elitista que recubre al golf, deporte a menudo separado de la masa por un mero asunto de división de clases. Cuando el fútbol aún era completamente amateur y mayormente practicado por las clases pudientes, cobrar por su práctica era un acto clandestino primero y deshonroso incluso después de alcanzar la profesionalización. Ese espíritu de elevación del espíritu por encima del dinero subyace todavía en deportes que ‘pertenecen’ a las élites y de las cuales el golf no ha terminado de desprenderse a pesar de ser (tras el tenis), el más humilde de los deportes de ricos. 

Quizá por ello resulte tan simbólico que el PGA (Professional Golfers Association) haya terminado cediendo ante la presión del LIV Golf (el circuito fundado bajo la inversión del fondo saudí). Fundado a finales de 2021, el LIV ha tratado de atraer a las principales figuras del golf mundial a golpe de talonario. Obligando a apelar a los valores y la tradición a quien rechazase lo irrechazable. El pasado junio, ambas organizaciones llegaron a un acuerdo para la fusión de ambos circuitos, aunque aún faltan muchos flecos que solventar

A raíz de la marcha de Karim Benzema al Al Ittihad a principios del mes pasado, me asaltó una pregunta: ¿Cuánto tardarán estos equipos (el Fondo de Inversión pública saudí tiene el 75% de la propiedad de Al Hilal, Al Nassr, Al Ittihad y Al Ahli) en ir a por uno de los mayores talentos del mundo del fútbol aún en su pico de rendimiento? Las personas a las que se la formulé contestaron que un jugador en su cima no iba a querer ir nunca allí. Apenas pasaron unas pocas semanas y la cuestión se respondió sola: N’Golo Kante, Ruben Neves, Kalidou Koulibaly o Milinkovic-Savic ya están allí; mientras Bernardo Silva, Sadio Mané, Marco Verratti o Kyllian Mbappé han sido seriamente tentados y todavía no han dicho no a la oferta. 

El propio Marc Stein apuntaba en su columna que, hasta ahora, se había hablado del dinero del petróleo invirtiendo dinero en el deporte occidental, poniendo de relieve que la NBA celebra allí  partidos de pretemporada por los que cobra un buen pellizco o su participación en algunas franquicias, habiendo obtenido el fondo qatarí el 5% de los Washington Wizards recientemente. Pero que ahora cabía la posibilidad de que el dinero de Oriente Medio, especialmente el saudí, cautivase a alguna superestrella que derribase fronteras como Cristiano Ronaldo lo hizo a finales de 2022. Una preocupación a la que se sumaban unos cuantos medios, entre ellos Sports Illustrated o Forbes.

Sin existir una oferta en firme ni nada que se le parezca, se antoja necesario reabrir un debate suscitado unos párrafos más arriba. Evidentemente, para cualquier capital riesgo estatal de fondos prácticamente ilimitados, la inversión bursátil supone una vía mucho más directa al beneficio económico que la adquisición de un activo que, con suerte, dura veinte años. Más aún uno que supondría una inversión de mil millones de euros por un año de servicios (los 300+700 de Mbappé entre traspaso y ficha). Sin embargo, desde Arabia son conscientes que, disfrazado de una empresa por convertirse en una competición de élite mundial, la ganancia de tener bajo su manto a figuras como estas va mucho más allá de lo tangible. Lo cual lleva a reflexionar sobre la naturaleza e idiosincrasia de la propia NBA. 

Beneficio ¿marginal?

Una liga en la que se acaba de firmar el último ‘contrato más lucrativo de la historia’. Meta alcanzada cada año. En la que Michael Jordan ha visto crecer la valoración de su franquicia en un 1500% en trece años sin necesidad de acumular méritos deportivos. De una competición que en 2014 firmó un contrato televisivo por 10 años a razón de un total de 24.000 millones de dólares y que se estima firmará uno valorado en 75.000 millones cuando este finalice. Todo ello sin poder explicarlo desde un crecimiento desaforado en el número de espectadores. 

En realidad, esto es un fenómeno general en un panorama global en el que cada vez hay más compradores interesados en el deporte de masas. A ESPN y Turner se sumarán, probablemente, Apple y Amazon. Como el fútbol europeo ha sido capaz de romper su techo de cristal expandiéndose a través de la venta de derechos en el extranjero. Y es que la industria del espectáculo hace tiempo que es consciente del poder del deporte como artefacto cultural definitivo. El que mejor y de forma más directa canaliza las bondades y miserias de quien lo presencia. Un Reality Show muy por encima de guiones. 

De hecho, Adam Silver habla de la posibilidad de transferir estos principios a la sociedad árabe mediante la colaboración de ambos frentes. Tratos que tienen más de concesión económica que de sinergia natural. El comisionado repite la fábula del hombre civilizado entrando en el mundo salvaje como todo dirigente que cede ante la opulencia de estos estados. Sin cerciorarse (o querer cerciorarse) que no tiene herramientas para imponer sus valores ante quien tiene la sartén por el mango. Es cierto que con la crítica distante occidente nunca ha conseguido combatir las prácticas retrógradas de aquellos lares, pero no es menos veraz que, desde que abrieron las puertas, el avance en materia de derechos humanos ha resultado ser simple fachada temporal que mostrar al mundo para borrar la sonrisa en cuanto el flash se apaga.

Detrás de la multiplicación de ingresos de la NBA y otras ligas no hay tanta burbuja (que la hay) como venta de bienes que hasta hace relativamente poco permanecían ocultos. En algún punto de las últimas tres décadas (quizás con la revelación de Magic Johnson por el VIH como máximo estilete) la liga se convirtió en una balsa de aceite adalid de ideales progresistas que apelan de forma directa a un núcleo de población distinto al del resto de deportes. Valores que ni siquiera manchurrones como los de Donald Sterling, Mark Cuban, Robert Sarver y, en otro nivel (por ser individuos) Ja Morant y Miles Bridges hacen zozobrar. Intangibles que la NBA vende como nadie por su penetración en redes y su capacidad para generar debates de la ‘nada’. 

Para el inversor, el deporte ya es más símbolo que realidad, aunque lo abstracto otorgue más dividendos que nunca. Uno piensa en cómo perdonamos el rampante machismo y sadismo bélico nipón en cuanto Japón tornó en superpotencia económica y lo edulcoró con su peculiar cultura. Por ello es lógico que Estados Unidos, que todo lo sabe explicar y excusar a partir de la generación de riqueza y el crecimiento económico, tema la entrada del dinero saudí mucho antes de que este siquiera haga el intento. Porque Oriente Medio ha desnudado en dos meses tendencias que llevan décadas fraguando en el deporte, aunque el capitalismo ya las conociese de sobra. Todo, por suerte o (más que probablemente) por desgracia, tarde o temprano; acaba teniendo precio.

(Fotografía de portada de Twitter)

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