Los Angeles Lakers siempre encuentran la forma de ser noticia. Esta vez las discusiones entorno a la glamurosa franquicia provienen de dos vertientes. Una la marcada por la actualidad, con dosis de drama cuya grandilocuencia solo se puede alcanzar en el equipo preferido de Hollywood. La otra, producto del estreno de Winning Time: The Rise of the Lakers Dinasty en HBO, serie sobre los años del Showtime en tono satírico y autorreferencial que falta hace para combatir el deprimente ambiente que rodea al conjunto angelino en los días que corren.
Jeanie Buss, el resto de la organización y gran parte de los protagonistas de aquellos años han declinado participar en cualquier cosa que tenga que ver con el falso documental. El producto concebido es una ficción cuyo principal objetivo no es constatar la realidad, sino utilizarla para abstraer lo que significaron los Lakers de los 80 para la sociedad estadounidense y, más en concreto, la angelina. Su estilo excesivo, como por otra parte era la sociedad de Los Angeles de la época, ha provocado que Kareem o Magic hayan preferido mantenerse distantes al lanzamiento y centrarse en el futuro documental que estrenará este mismo año la plataforma Hulu con un mayor enfoque en la precisión histórica.
Esto no evita que el estreno de Winning Time haya traído a la palestra unos cuantos temas sobre la gran familia laker. En ella se nos presenta a un apasionado Jerry Buss durante el proceso de compra de la franquicia, a un más que confiado Earvin Johnson Jr. y a un irascible Jerry West todavía resentido por sus continuas derrotas frente a los Celtics de Bill Russell y Red Auerbach. Todos ellos representados con la exageración que cabría esperar en un producto televisivo de este tipo sin por ello alejarse de la realidad de forma deliberada.
Solo en el primer capítulo se muestran detalles como que el Showtime nació en un club de Los Ángeles llamado The Horn por la fascinación que el espectáculo le causaba a Buss. También las ganas de una joven Jeanie por formar parte de la nueva aventura de su padre. O las dudas de Magic justo antes de firmar su llegada al gran escenario del baloncesto mundial. Sin embargo, y a riesgo de equivocarme con la llegada de los siguientes capítulos, no creo que la serie tenga a bien relatar un capitulo algo escabroso en la historia de aquella dinastía.
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En el verano del 79 confluían varios dilemas y frentes abiertos en el entorno laker. Iniciar un proceso de venta siempre trae turbulencias consigo, pero mientras Jack Kent Cooke negociaba con Jerry Buss, la faceta puramente deportiva iba dejando un reguero de dudas en el corto plazo.
Primero el lanzamiento de una moneda les había dado la oportunidad de elegir en la primera posición del draft de aquel año. Los Celtics ya habían elegido a Larry Bird y todo apuntaba a que Magic sería el escogido por los Lakers, pero había voces discordantes que dudaban de un talento tan especial como el de Johnson.
De forma paralela sucedía que Jerry West se estaba planteando dejar el cargo. Sospechaba ya en aquellos momentos, tras pasar tres temporadas al mando de los banquillos, que entrenar no era lo suyo. La leyenda angelina no era tan sargento de hierro como un tipo irritable y gritón. Carácter que él mismo diría tiempo después detestar. West quiso tomar distancia y aprovechando que en los Lakers corrían tiempos de cambio, se enroló como líder del cuerpo de ojeadores dejando una vacante que Cooke debería solventar antes de dejar el equipo en manos del Dr. Buss.
Una de las primeras personas que acudieron a la mente del todavía propietario fue Jerry Tarkanian. Sacar a un entrenador reputado en el circuito NCAA nunca ha sido fácil, y Tarkanian había cambiado la historia de la Universidad de Nevada-Las Vegas llevando a los Runnin’ Rebels a la Final Four de 1977 con un marcado estilo de presión defensiva y ataque rápido. Cooke ya había intentado convencerle aquel año de tomar el banquillo de los Lakers, pero la oferta solo mejoraba marginalmente sus condiciones en Nevada.
Cuando el teléfono sonó otra vez dos años después, Jerry pensó en quitarse al mandatario angelino de encima demandando un contrato que pensaba desorbitado. La anterior oferta habían sido 70.000 dólares por año con un aumento anual de 2.500. “Quiero el doble de los 350.000 que estoy cobrando” dijo Tarkanian sabiendo lo osada que era aquella petición.
No solo esos 700.000 dólares supondrían ser el técnico mejor pagado de la NBA con amplia diferencia, también le situarían por encima de los 650.000 que Kareem Abdul-Jabbar se estaba embolsando por curso. La respuesta que recibió pilló totalmente desprevenido a Jerry. “Está bien. Podemos hacerlo” aseguraba un Cooke que no vaciló ni un mínimo instante. Tarkanian iba a ser entrenador de Los Angeles Lakers y aunque le costaba concebir una vida lejos de Las Vegas, salivaba con la idea de entrenar a Magic.
La franquicia aún no lo había anunciado por el revuelo interno que acontecía aquellos días en sus oficinas. Pero el trato ya era una realidad y tocaba celebrarlo junto a su mujer Lois. Los Tarkanian cogían la carretera al norte de San Diego para poner rumbo a Newport Beach mientras Vic Weiss, agente e íntimo amigo de Jerry, negociaba los últimos flecos del acuerdo. Weiss había cerrado un trato redondo, asegurando a la familia de Jerry dos abonos de temporada en primera fila del Forum y tres coches de lujo. Uno para él, otro para su mujer y uno más para Pamela, su hija mayor. Técnico y agente se citarían para la siguiente mañana en vistas de preparar la última reunión con Cooke y Buss para la firma del contrato.
Con todos los cabos atados, Jerry y esposa comenzaban su merecido descanso en el resort vacacional Balboa Bay Club de Newport Beach. No obstante, dicha calma iba a ser interrumpida aquella misma madrugada del 15 de junio. Pasaba una hora de la medianoche cuando el sonido del teléfono de la habitación sorprendió al matrimonio. Al otro lado aguardaba Rose Weiss, mujer de Vic. Apenas la reconoció, Jerry notó una profunda preocupación en la voz de la mujer. “¿Has visto a mi marido? Habíamos quedado para cenar pero no ha aparecido”. En primera instancia, Jerry mantuvo la compostura intentando tranquilizar a Rose. “No te preocupes Rose, habrá tenido alguna urgencia o quizás se haya entretenido”.
Era raro que Vic no hubiese avisado pero a su amigo no le parecía gran cosa. Pero los días pasaban sin noticias de Weiss y el miedo apareció de forma inevitable. A las 72 horas Rose volvería a llamar para sacar a los Tarkanian del desconcierto.
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El 17 de junio de 1979 una patrulla de la policía de Los Angeles hacía su habitual ronda en los alrededores del Sheraton Universal Hotel, situado en el distrito norte de Hollywood no muy lejos de los afamados estudios. Todo normal hasta que un coche estacionado en el aparcamiento del hotel captó el interés de los agentes. Entre todo tipo de lujosos automóviles, la policía puso el ojo en un Rolls Royce blanco y granate. ¿No era aquel el modelo Silver Shadow II del 77 que la policía andaba buscando? Los agentes avisaron a comisaría y pocos minutos después el lugar estaba sitiado.
Leroy Orozco, detective veterano del cuerpo de policía de Los Angeles, fue el encargado de inspeccionar el coche. La matrícula coincidía con el vehículo desaparecido, así que se dirigió al maletero para buscar más evidencias. Al abrir el compartimento trasero, un fuerte olor le golpeó en las fauces. El cuerpo que allí reposaba estaba en clara descomposición desde hacía días, aunque todavía era fácil reconocer el rostro.
“Es Vic, le han asesinado” sollozaba Rose Weiss ante la incredulidad de Jerry Tarkanian. La investigación policial descubriría más tarde que el motivo del homicidio eran las ostentosas deudas que el agente acumulaba desde hacía demasiado tiempo. Vic irradiaba siempre una imagen de alto standing que no llegaba a alinearse con la realidad.
En las grandes noches de boxeo de Las Vegas, a menudo se dejaba caer por las primeras filas portando su reloj de oro, su anillo de diamantes y un grueso fajo de billetes en su bolsillo. Allí hacía negocios como representante de una buena cantera de talentosos boxeadores. Todo fachada. El Rolls Royce era de alquiler y la casa de Encino en la que vivía con su mujer pertenecía a un asociado.
Vic había acumulado alrededor de 60.000 en deudas relacionadas con el juego. Últimamente su rutina se ceñía a continuos viajes desde Las Vegas a Los Angeles cargando grandes cantidades de dinero blanqueado. En cada uno de estos servicios, Weiss se quedaba con un pellizco, lo que le acarreó amenazas que persistieron hasta que dejaron de hacerlo.
A esas alturas, poco le importaban a Jerry las razones detrás de la muerte de su compañero, nada aliviaba lo devastado que se sentía durante aquellos días. Ni siquiera esa tierra prometida que era el banquillo del Forum. Antes de estampar la firma definitiva, Tarkanian concertó una reunión con Jerry Buss, ya totalmente al mando de las negociaciones de los Lakers. Se citaron él y su mujer para cenar con el propietario en Las Vegas apenas siete días después del asesinato de Weiss. “Tómate el tiempo que quieras. La oferta seguirá sobre la mesa” le aseguró Buss.
La noticia seguía sin ser oficial, pero como pasa habitualmente en la casa angelina, el trato y sus cifras comenzaron a filtrarse en la prensa. Mientras permanecía en su casa de Nevada meditando su decisión y llorando la pérdida de su amigo, Jerry no podía salir a la calle sin que alguien le implorara que se quedase. La muerte de Vic le había hecho replantearse sus prioridades y aquel cariño popular le hicieron sentir en casa. El hogar de su mujer y sus cuatro hijos.
Para cuándo Tarkanian y Buss se volvieron a ver las caras, el emprendedor ya sabía el veredicto antes de escucharlo de la boca de su tocayo. “Te entiendo, hay cosas que no están hechas para suceder”. Los Angeles Lakers y Jerry Tarkanien caminaron desde entonces senderos paralelos. Unos asentando una dinastía que se extiende hasta nuestros días y el otro convirtiéndose en uno de los entrenadores más reputados de la historia del college. Jerry sentiría la pérdida de Vic Weiss clavada en sus entrañas durante toda su vida, pero haber priorizado a su familia aliviaba el dolor. Por despampanante que fuese el glamour renunciado.
(Fotografía de portada de Rick Stewart/Allsport/Getty Images)