Por un legado a salvo de la vejez

“En el mundo del deporte, censurar el declive de los mitos es uno de los fenómenos más amnésicos y despiadados que existen. Porque además, es ...

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Por David Sánchez

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“En el mundo del deporte, censurar el declive de los mitos es uno de los fenómenos más amnésicos y despiadados que existen. Porque además, es selectivo. Como si cuanto más alta la cumbre dejada atrás, mayor fuera la desconsideración al sujeto del ocaso. En una palabra, hay quienes no perdonan dejar de ser el mejor”. 

Secretos a Contraluz (Gonzalo Vázquez, 2016)

Tras ser barrido por los Denver Nuggets en las Finales de la Conferencia Oeste, enclave en el que nadie esperaba encontrar a Los Ángeles Lakers hace tan solo un puñado de meses, LeBron James jugueteó con la idea de su retirada. Precisamente al término del curso que, de la mano de su récord histórico de anotación, más ha dado para hablar de su legado. Una huella que debería estar ya de sobra cimentada y a salvo de debates superfluos. Sin embargo, el 4-0 recibido, el tercero en la carrera del ‘Rey’ (Spurs 2007 y Warriors 2018 completan la tripleta), ha reavivado cierto debate a este respecto. Lo cual representa un juicio tramposo por varios motivos. 

Solo importa el qué

El primero de todos: la deliberada ignorancia del contexto. Para cuando los Denver Nuggets ponían el 3-0 en Los Ángeles, no hacía ni dos semanas que LeBron había protagonizado un sexto partido antológico para eliminar a los Warriors en segunda ronda del Oeste. Uno que, además, no podría haber replicado el James de plenitud física por lo que tiene de gestión de esfuerzos, control de la situación y despliegue defensivo, reducido mayormente a las inmediaciones de la zona y lejos de aquel defensor infinito que fue a inicios de la pasada década. 

Poco importa que el alero se haya despedido de los playoffs con una nueva exhibición en inferioridad y que por el camino nos haya parecido lógico que alrededor de él y Davis se pueda construir un equipo que a principios de febrero estaba fuera del play-in. Porque en los juicios que vienen predeterminados, el ‘cómo’ sólo cobra relevancia si alimenta el discurso prefabricado. 

El tiempo lo pone todo en su sitio

El segundo elemento es que, a la larga, en los momentos que de verdad obligan a sentar cátedra sobre un jugador, estas banalidades se esfuman. Si tan ultrajado se siente el seguidor por la mancha que supone para el legado del jugador dilatar su retirada, es suficiente un sencillo ejercicio para demostrar que la memoria colectiva solo funciona así a posteriori. Y la figura de Pau Gasol resulta ideal para ello. 

Después de años de vacío en pista y eternas complicaciones con la recuperación de su maltrecho pie, el mejor jugador español de la historia tomó la decisión de retirarse jugando. Marcándose en el calendario los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 que, afectados por la crisis pandémica, acabaron celebrándose un año más tarde. Pau eligió al Barcelona para llevar a cabo su puesta a punto de cara a la cita olímpica. No un equipo sin aspiraciones, sino uno que jugaba entonces bajo la exigencia y urgencia a las que impera contar con la mejor plantilla de Europa. 

El pívot tuvo un papel digno en la ACB cosechada por el club blaugrana, de la que él mismo se ocupó de alzar el trofeo al cielo del Palau Sant Jordi. Desafortunadamente, llegada la gran cita en Japón, el rol del mayor de los Gasol en lo que se refiere a la pista fue irrisorio, y terminó su periplo olímpico adoptando la labor de padre espiritual y embajador que seguramente tenga en próximos ciclos. Esa imagen, la de un Pau de 40 años decrépito en cancha y perdiendo el puesto ante Willy Hernangómez, está ahí para el que quiera tenerla en cuenta. 

Pero, por mucho que se repita que alargar una carrera así daña el legado, el espectador jamás recordará a Gasol de esa forma, sino gritando tras su despiadada exhibición ante Francia en el Eurobasket de 2015. Y, de hacer una visión más honda de su carrera como a la que obligó su retirada, la subida de su dorsal al Olimpo de los Lakers o su inminente entrada en el Salón de la Fama, será usual que el análisis frene en seco cuando se llegue a su salida de los Bulls. 

Un simple número que condiciona toda sentencia

El último factor, es otorgarle excesiva importancia a una cifra poco relevante a la hora de juzgar el presente. Que se puede elogiar o criticar el rendimiento de un jugador sin poner el foco en la fecha de nacimiento. Que no es necesario repetir con ahínco que Carlos Alcaraz apenas cumple la veintena o que los 40 están a la vuelta de la esquina para LeBron para apreciar su nivel y valor en el ahora. 

Es normal reflejar la edad del deportista como factor en el discurrir de las cosas, pero no debería de pesar tanto en la percepción del mismo los años que tenía cuando alcanzó ciertos logros, pues, las más de las veces, es irrelevante cuando el examen se ejerce en lo micro. La precocidad o la longevidad hallan como mayor valor la capacidad de aglutinar mayor cantidad de cumbres por alargar el esplendor individual, pero, las más de las veces, no representan un valor añadido en el más absoluto presente. 

Si Tadej Pogačar no hubiese empezado a ser el mejor del mundo y ganar su primer Tour de Francia con 21 años, no obligaría a proyectar su futuro a las alturas de Eddy Merckx. Y si Kareem no hubiese promediado más de 20 puntos en 17 de sus 20 temporadas en la NBA o no hubiera sido el MVP de las Finales de 1987 con 39 años, contaría con menos argumentos en el pérfido debate del GOAT. Pero el punto no es ese, sino valorar esos logros a salvo de la edad. Perdonando el envejecimiento como factor inevitable y tomando la retirada como una decisión que solo las leyendas (y no siempre) tienen la capacidad de convertir en derecho. Como, con toda lógica, se le perdonó a Jordan su última etapa sin que esto perturbara las verdades que se habían cincelado en piedra a efectos de su relato anterior. 

Querer mantener impoluta la memoria del jugador en plenitud es un acto de egoísmo demasiado generalizado por la masa crítica. Y, de concederse el deseo de abandono a cada “para arrastrarse así que se vaya”, se habrían perdido en el limbo miles de momentos mágicos al amparo de segundas y terceras juventudes. Aunque quizás, lo más importante, es que se le habría robado la voluntad a deportistas que se han ganado a pulso que se respete el simple deseo de seguir practicando una disciplina que adoran y ganándose el pan con ello. Da igual que hagamos la trampa de decir que el deporte es de los aficionados, porque sobre ella siempre prevalecerá la única verdad mayor: que el deporte es de los deportistas.

(Fotografía de portada de Ronald Martinez/Getty Images)

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