Un gólem de seda y hormigón 

*** Parece que hay figuras para las que es imposible escapar al campo semántico que acompaña a sus relatos. Como si al hablar de Curry ...

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Por David Sánchez

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Un gólem de seda y hormigón 
La potencia sin control no significa nada

Parece que hay figuras para las que es imposible escapar al campo semántico que acompaña a sus relatos. Como si al hablar de Curry sólo se pudiese hacer referencia al tiro, de Giannis al poder interior o de LeBron a la longevidad. Y, de todas estas jaulas lingüísticas que construye la narrativa deportiva, resulta la más cruel de todas la de la salud. O más bien la carencia de la misma. 

El análisis estricto del juego no cabe donde la lesión es norma. Bien lo saben los Clippers. Arte, el de la ausencia, que Zion Williamson ha cultivado involuntariamente prácticamente desde que la NBA le da cobijo. Los momentos en los que el ex de Duke ha justificado hablar del jugador y no del vacío que deja, apenas rebasan la definición de instante. De los 333 partidos de liga regular potenciales, Williamson ha disputado sólo el 37% de ellos. Rodilla, pie y femoral. Agravado por la sensación de que acortar plazos no entra en el diccionario de sus recuperaciones. 

Pero haciendo el costoso ejercicio de dejar esto a un lado y centrar la mirada en el núcleo de su baloncesto, cabría ya (en realidad casi desde el primer instante) situar a Zion como un eslabón perdido en la evolución física y técnica del juego ofensivo. Un espécimen que no encuentra lugar en el discurrir del deporte de la canasta porque en ningún símil halla acomodo la convivencia que potencia y control comparten en su arquetipo de forma natural. 

El draft de 2019 quiso traer a la liga a dos percutores del aro llamados a marcar una época. Y es que, estando disponibles, sólo Giannis ha podido mirar a la cara en volumen de anotación en la pintura a Ja Morant y Zion Williamson. Los dos comparten el abuso de la zona como fondo. Pero es en la forma donde reside lo que hace especial a ambos. Obviando los preludios, que en Morant casi siempre parten desde el exterior y en Zion se acomodan más en el midrange como punto de inicio, centrarse en la fase de finalización descubre lo que hace de ellos armas letales. 

Si en Morant cada embestida al aro es un ejercicio de verticalidad y contorsionismo, en Zion resulta una obra de tacto delicado. La arrancada y el cuerpeo (potencia) procuran las primeras ventajas, pero es la suavidad con la que el balón sale de las yemas (control) lo que hace inútil cualquier esfuerzo defensivo ante sus bandejas. Williamson es una dicotomía estructurada por un molde atlético devastador y la suavidad de sus terminaciones dactilares y muñeca. 

Tacto ante la asfixia

Ante un perfil como el suyo, la lógica lleva a plantear que la construcción ideal del equipo pasa por rodearle de tiradores. No por nada, su efímera pareja con JJ Redick o la explosión de Trey Murphy dispararon su productividad. Pero a la espera del regreso del alero y de C.J. McCollum, en el quinteto inicial de los Pelicans a Zion sólo le acompaña un tirador que rebase el 36% de acierto exterior; y Jonas Valanciunas no llega a los dos triples intentados por encuentro. Esto convierte los ataques de Nueva Orleans a media pista en una obra de orfebrería en el midrange (Ingram), un juego de pares medido al milímetro para acabar alimentando a Valanciunas en el interior y la zona del floater, y, por supuesto, un Zion contra el mundo. 

En los 12 partidos que ha disputado hasta ahora, Williamson registra los peores datos de tiro de campo efectivo y true shooting de su carrera. Así como el menor número de visitas a la línea de personal. Fruto de atacar espacios angostos una y otra vez. Si se tiene a bien situarle como ‘cuatro’, la eficiencia de Zion está siendo, por primera vez desde su debut NBA, equiparable a la de la media de la liga en su posición. Aunque con un volumen mucho mayor. 

La ausencia de oxígeno en el ataque de Nueva Orleans permite que las defensas rivales puedan ahogar la vertiente atlética del jugador a base de algo tan simple como sumar cuerpos con los que evitar su arrancada y mitigar sus cargas en las inmediaciones del hierro. Por ello en esta fase de temporada cobra especial valor la otra cara dominante de su juego. 

El techo de estos Pelicans depende en gran parte de permitir que Zion despliegue potencia y control de forma simultánea en cada acción. De hecho, este ideal llegó a alcanzarse y tuvo a los sureños como el mejor equipo de la Conferencia Oeste hace menos de un año. Pero de potencial colectivo y adecuación de piezas ya habrá tiempo de hablar.

Más versiones que minutos en pista

Williamson, un jugador que resulta excitante desde el vamos, es si cabe más fascinante por su adecuación al contexto en los cuatro ratos que suma sobre un parqué NBA. Es preciso recordar que, durante su temporada de mayor continuidad física, se propagó el debate sobre si sus números eran vacíos y no tenían impacto en el devenir de los encuentros. Algo que quedó disipado el curso pasado, sobreviviendo la idea de que Zion no tiene más antídoto que él mismo. 

Su temporada rookie supuso la muestra de que su juego era extrapolable a la élite. Stan Van Gundy visualizó en él a un generador que multiplicase el limitado roster que le rodeaba. Willie Green aprovechó lo construido en su curso en blanco para disparar su ejecución al infinito. Y esta temporada las circunstancias le están empujando a encontrar salidas donde no las hay, acercando su juego a algo más delicado que brutal por obligación. 

Entrando en su quinto año de carrera, Zion aún no ha pisado playoffs. Escenario que supone la prueba definitiva del talento individual. Sin embargo, basta lo presenciado para caer en la cuenta de estar frente a un jugador único al que salvar un hueco en la historia del juego. Por pequeño que sea. Para que, en el futuro, no se hable únicamente de él en los términos que se habla de Brandon Roy, apelando siempre a la idea de potencial y no al valor y singularidad de la rectitud de su tiro en suspensión. Para reconocer que pocos como él unieron el hormigón y la seda en el mismo cuerpo.

(Fotografía de portada Joshua Gateley/Getty Images)

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